martes, 22 de marzo de 2016

Ana Cristina

Mi prima Ana Cristina se paró encima de la tarima de los músicos cuando estos se estaban acomodando para empezar a tocar y dijo algo sobre ser cursi. "Germán y yo somos muy cursis y yo quiero, contando con la alcahuetería de la banda, dedicarle hoy a Germán No te necesito". Pensé que iba a cantar. Se sentó con su vestido de novia en la batería y tocó una canción que se llama No te necesito.

Durante el matrimonio una hija de Germán habló hermoso sobre Ana y contó de la manera en que su papá ve a las mujeres y dijo: "sé que mi papá tratará a Ana como ella se merece, sé que será un buen acompañante para ella. Y digo acompañante y no otra cosa porque Ana es una mujer de esas completas que no necesita a nadie". Parafraseo. Pero esa era la idea.

Martín —una especie de Jodoroski, sin la pose, que ofició la ceremonia— habló de las características del amor completo. Dijo que los amores completos tienen estas características: se proclaman, no se ocultan; son compasivos, no lastimeros ni despiadados; son inclusivos, con lo bueno y con lo malo; son para la alegría, que me voy a permitir interpretar como tranquilidad y no para la pelotera, para el agarrón diario y tienen presencia, están, puede contarse con ellos.

Eso me gustó, me pareció sensato y bonito. Pero me gusta más que mi prima tiene todo eso aunque no tuviera a Germán. Y lo quiere, pero no lo necesita.

Mi prima, tocando en su matrimonio No te necesito:
Fragmento
Completo

jueves, 17 de marzo de 2016

Consciencia

Cuando quiero dejar de sentir lástima por los animales y todo lo que les hacemos me convenzo de que no tienen consciencia. Para ellos la vida, lo que les sucede y el destino, son lo mismo. Si se mueren, si los patean, si los cazan, esa es la vida, lo que les sucede y el destino. Las tres cosas. No pueden plantearse una escapatoria o gritar "¡esto es injusto!" porque no tienen consciencia. Si crecen encerrados en un zoológico o en un circo es nuestra consciencia la que puede salvarlos de permanecer allí; pero la de ellos, su consciencia, simplemente les indica que esa es su realidad y como eso no lo pueden someter a discusiones o a reflexiones sufren menos. No es que no sufran, pero sufren menos que si supieran que mucho de lo que les hacemos es injusto y podría evitarse. En fin, cuando quiero darme un poquito de paz pienso eso, pienso que ellos sufren menos porque no saben que deberían sufrir más si supieran que en nuestras manos está que sufran menos. ¿Se entiende? No quiero que me crucifiquen los animalistas.

Pero la naturaleza humana es muy jodida. Es capaz de hacer mal a consciencia. Es una de las cosas que nos separa del resto de las especies. En los otros animales opera más la arbitrariedad o el instinto y hacen mal. Pero ninguna persona indignada podría decir "¡es que son unos inconscientes!" sin que alguien le haga caer en cuenta de que exactamente por eso no son culpables de ningún delito o etc.

Entrar en consciencia, de todas maneras, para los seres humanos es un proceso demorado. No es que nazcamos y con nacer estemos llenos de consciencia. Durante un buen tiempo somos como animales: la vida, lo que nos sucede y el destino, son la misma cosa.

Un día uno cae en cuenta de algo y se va despertando la consciencia. Tengo dos recuerdos claros sobre eso. Dos momentos que sucedieron como un "oh, esto no lo había notado antes y ha estado aquí todo el tiempo" con cosas que, creo, me moldearon. Hacen parte del equipaje con el que me doy al mundo. La primera va a sonar vanidosa, pero quéliace, sucedió así como quiero contarla.

Me estaba mirando en el espejo. No sé por qué. No sé cuánto tiempo llevaba mirándome en el espejo. Tenía cinco o seis años. Es tan claro ese recuerdo que sé muy bien la cara que estaba mirando y sé que estaba chiquita, como en las fotos de esa época, porque no solo estaba frente al espejo sino que me estaba observando con detalle. Recuerdo que estaba mirando cada una de las partes de mi cara y cuando iba por la curva de la nariz me pareció bonita. Me parecí bonita. Y caí en cuenta, antes no lo sabía, de que me gustaba. Yo me gustaba. Creo que es uno de los sentimientos más poderosos que he tenido en mi vida. Me seguí mirando otro rato, y desde ese momento -croe que para siempre- con la consciencia de que me gustaba mi cara, de que mi nariz era bonita. Yo me aprobé. Qué poder eso.

La otra es sobre los demás. La primera vez que caí en cuenta de que los adultos eran menos buenas personas de lo que yo pensaba, según el juicio que hice a los, digamos, 7 años. Por primera vez entendí el concepto de hipocresía. Me enteré de que en mi familia no todos se llevaban bien. Supe que detrás de toda esa cordialidad se escondían opiniones y juicios no muy positivos sobre personas que yo quería mucho. Estábamos juntos y alguien hizo un comentario bajito. Una crítica. Recuerdo que me dio dificultad procesarlo, me demoré muchos días pensando en eso, hasta creo que años.

Me demoré mucho tiempo para ser consciente de mi propia hipocresía. Me demoré aún mucho más para reconciliar a los demás por hipócritas.

Todavía me cuesta reconciliar que el ser humano pueda ser malo a consciencia. Para no hablar de mis propias maldades a sabiendas. Seguro nos morimos sin ser del todo conscientes. Seguimos siendo muy animales.