miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cien metros planos

Los estamos corriendo empinados. Los estamos corriendo cuesta arriba.  Nos estamos exigiendo más de  lo acostumbrado. Estamos haciéndolos rendir de una manera nunca vista. Estamos llevando todo un poco más allá de lo que ya hemos visto. Estamos cansados de correrlos pero seguimos intentándolo. Queremos alcanzar un meta que desconocemos. Queremos abrazar una gloria que es efímera.  Queremos llevar la corona de un triunfo pírrico.  Queremos ir contra la corriente y desafiar lo establecido.  Queremos ir en contra de todo lo que se ha dicho.  Queremos compartir el triunfo con otros que también se rebelaron.  Sentirnos respaldados por gente que no podrá ni aplaudirnos.  Gente que corre su propia pendiente.  Todos en una carrera en contra de nosotros mismos.  Los atletas que somos ya estamos muy cansados.  Cansados del desgaste de correr hacia arriba amarrados desde abajo.

La humanidad está conformada por un montón de gente finita que hace cosas excepcionales para que queden en libros o archivos que parece que durarán más que cada uno de nosotros como registro de lo impresionantes que podemos ser cuando nos exigimos.

En reposo, descansando, cómodos, parece que no somos nada trascendente.  Hay que correr 100 metros planos en menos de 10 segundos para que quede nuestro nombre inscrito en alguna cosa física que nos sobreviva con el fin de poder llevarle el hilo a los logros de la humanidad.
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Qué bueno que de verdad exista otra civilización y que alcancemos a conocerlos antes de que se apague el sol para poderles decir "miren lo que somos capaces de hacer con estas piernas".  Porque sino todo este esfuerzo, teniendo mucha gracia, tiene muy poquita gracia.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Tetas y marido

Otra entrada sobre mujeres.

En mi salón del colegio éramos 15 niñas.  Muy poquitas porque Los Cerezos pretendía educación personalizada que significaba - siempre digo lo mismo - al ritmo de la más lenta y teníamos dos compañeras que de verdad lo eran.

Eran también ellas las más montadoras del salón.  Gorda, piernas de futbolista, el papá de tal es traqueto, Zutana tiene mal tipo, mi papá dijo que no da cinco centavos por la virginidad de Perana, boca de negra, su novio es marica, qué piernas tan secas, enana, nerda, sapa, puta, en fin.

Las dos intentaron solucionar parte de lo que las llevaba a ser de esa manera con implantes mamarios.  No digo que todas las muchachitas que se ponen implantes mamarios son montadoras, digo que las ganas de atacar a los demás gratuitamente nacen de insatisfacciones personales.  Ellas eran lindas —mucho— y sin embargo sentían la necesidad de hacer sentir mal a otras niñas que, aunque no lo eran tanto, tenían algo que ellas no tenían: inteligencia, nobleza, bondad, amabilidad, no sé.

¿Desventaja para qué? Supongo que para conseguir marido, su única ambición.

Las dos tienen marido, las dos tienen tetas, pero conservan la actitud montadora.  Señas de que ni las tetas, ni los maridos, hicieron el trabajo que tenían que hacer: hacerlas sentir bien con ellas mismas porque a uno le pueden operar todo menos la autoaceptación.

Pero encajan, que sigue siendo la misma necesidad adolescente.

Yo no sé quién madura, parece que nadie.