jueves, 26 de marzo de 2015

La ley de la atracción, hipótesis

Hipótesis:

Es altamente probable que la atracción que siente una persona por otra sea correspondida.

Desarrollo:

¿Cómo se desarrolla una hipótesis _de este calibre_ con rigor científico? Ni idea. Pero empecemos.

No estoy hablando de amor. No esto hablando ni siquiera de que estas dos personas, que altamente tienen probabilidad de gustarse, lleguen siquiera a cogerse la mano. Puede ser que toda la historia no pase de una sonrisa. Estoy hablando de esa sensación inicial de encontrarse con alguien en una mirada, en una sonrisa, que delata la probabilidad, baja, de que pase algo, pero alta de que haya sincronía, armonía o algo parecido a eso entre ellos. De entrada hay una aceptación, un "si tú me miras y yo te miro, puede ser". Es factible que luego uno descubra que el otro tiene mal aliento, que está comprometido, que dice cosas que no tienen nada que ver con uno, que no, en definitiva.

De todas maneras me parece importante establecer que esa probabilidad es alta. Así al final no logre concretarse casi nada. ¿Por qué me parece importante establecer eso? Bien, por lo siguiente: a la humanidad le hace falta fe.

Consideremos el conjunto A (ya estoy hablando como académica del área de las matemáticas) como el conjunto de personas que creen que el gusto que sienten por alguien es recíproco. Y consideremos el conjunto B como el conjunto de personas que finalmente —digamos esto solo para los fines teóricos— llegan a casarse.

Todos sabemos que el conjunto B es muchísimo menor que el conjunto A. El amor no es fácil. En el camino se pierden muchos romances. "No le gustas a mi mamá", "no me gusta como me tratas", "no quiero lo mismo que tú", "no estamos en el mismo momento histórico", "no eres tú, soy yo", "me gusta otra persona", "no puedo darte ahora todo eso que tú te mereces", "no queremos lo mismo", "vamos muy rápido", "eres muy celosa", "eres muy posesivo", "yo no quiero hijos y tú sí", "ya vi bien que no me gustas", "no veo cómo vamos a construir un futuro los dos desempleados", "es que dices tapsi". En fin...

Lo que sí creo es que si esa sensación inicial supera los primeros obstáculos tiene cada vez más probabilidades de sobrevivir y de llegar lejos. Me voy a apoyar en lo que le hace la naturaleza a la vida, es decir, esta es una hipótesis con base biológica: la infancia es un momento terrible en el que es altamente probable que uno muera, por eso la protección de los padres, las miles de vacunas, etc. Pero si uno sobrevive a la infancia se elevan las probabilidades de llegar a la vejez, incluso pasando por la juventud. La juventud es también difícil. Si uno es capaz de sobrevivir a su propia estupidez, que durante la juventud se eleva al cubo, se elevan las probabilidades de llegar vivo a la vejez.

Eso mismo pasa con esa sensación inicial, con ese click de conectarse con una mirada. Si esa sensación es capaz de sobrevivir a toda la maraña de prejuicios, miedos, culpas, falta de confianza y timidez de las partes implicadas, será cada vez más fuerte y tendrá mayores probabilidades de avanzar a la siguiente etapa. Estoy segura.

Pero si de entrada uno siente eso y piensa "yo qué le voy a gustar a esta persona", pues mató al embrión del amor. Porque sí, la infancia es terrible, mata sin compasión.

¿A quién le duelen todos los romances que no fueron?
Solo a veces alguien se entera de que siempre le gustó a una persona que siempre le gustó.
Par de bobos. Qué dolor.

No es solo por hacer más grande al conjunto A. También es por recuperar la fe, por atreverse más, por ser más irresponsables que nadie llegó muy lejos midiendo todos los pasos.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Pasan cosas

Qué trabajo el que me da hablar o escribir sobre el presente. Sea que pase mucho o que no pase nada. Tomar distancia de cualquier cosa que me está pasando me parece un ejercicio complicadísimo. Y todas las cosas que intento escribir sobre "lo que me está pasando ahora" quedan raras, enredadas, llenas de emocionalidad, sensibloides, pasadas de dulce.

Pero eso no evita pues que pasen cosas y que quiera escribir sobre ellas. O que no pasen y quiera decir que "por ahora no pasa nada relevante, pero está bonito este momento". Y no se entiende, porque a cuento de qué quiero contar que no pasa nada.

Me gusta este momento de mi vida del que me da tanto trabajo hablar. Me gusta por tranquilo. Porque es raro que yo haya llegado a un momento tranquilo en el que ya no quiera justificarme aunque lo haga todo el tiempo, porque supongo —siento, ¿vio? emociones— que el tono para hacerlo cambia.  También me gusta por lo que tiene de "dejemos de hablarnos mierda, Ana María", aunque me la siga diciendo, son cambios lentos, creo, pero ahí están.  Dejar de evadirse.  Enfrentar la tristeza, dejarla ser a ver qué sale de ahí.  Dejar de esperar que la vida sea magnífica.  Dejar de exigirse encajar incluso con las expectativas más aterrizadas de tanta convención social con presiones inexistentes.

Esta soy yo y es lo que hay.

No pasa nada. Y pasan muchas cosas.

Pasan cosas. Y no pasan como huracanes, dejándome la sensación de que no pasan cosas.

Como una palmera grande y vieja a la orilla del mar a la que solo se le cae una hoja cuando pasa un ciclón. Una palmera soberbia que se atreve a decir eso con el ciclón ahí.

¿Vio? No se entiende nada.