martes, 28 de junio de 2011

Los porteros del frente

Dos de los porteros del edificio que queda al frente de la casa de mis papás están ahí desde que lo construyeron hace 33 años.  Todavía no se han pensionado.  Como en esa casa han vivido mis papás desde que yo tengo 7 meses, a estos señores los conozco de toda mi vida.  Son de esa especie de gente que uno conoce siempre como adultos inmutables: a mis ojos no han envejecido ni un día desde que los vi por primera vez.  Cuando paso por allá siempre pienso que es impresionante que lleven todo ese tiempo en la misma manzana y que, dado su oficio, yo sepa que han pasado más tiempo ahí que en ninguna otra parte.  No sé si son buenos o malos empleados.  A mí me parecen queridos.  Carlos y Germán... luego llegó Antonio que debe llevar ahí más de 10 años ya.  Mi mamá no quiere mucho a Germán porque alguna vez supo que hizo un comentario sobre nuestra familia.  Chismoso.  Un chismoso que lleva toda su vida buscando cómo entretenerse en una cuadra única de una ciudad diminuta.  Gente contratada para abrir una puerta, vigilar cuatro muros, anotar en un libro que le trajeron algo a zutano, que perencejo no ha pagado la administración, que le cortaron el agua al del 201 de la torre b y cosas así.  Si algún día ese trabajo fue atractivo ya pasaron muchos años desde eso.  Y mientras tanto, en esa rutina como de nunca acabar, nuestra familia dando motivos, porque para qué pero los hemos dado.  Estando en su posición yo también hubiera hablado de nosotros, hemos sido tal vez su único desafío.  La familia rayada del barrio.

viernes, 17 de junio de 2011

Telepatía

Llegamos al semáforo que estaba en verde para los carros y en rojo para los peatones, pero ella y sus 60 kilos se sentían más.  Se lanzó.  La miré aterrada porque pensé que la iban a atropellar ahí al lado mío y no quería estar expuesta al espectáculo de un cuerpo humano hecho añicos.  Los carros frenaron a tiempo y ella pasó la calle muy dignamente mientras los conductores la miraban con ganas de no haber tenido tan buenos reflejos.  En ese momento noté que alguien más era testigo de lo que estaba pasando.  Al otro lado de la calle una señora de unos 45 años, alta, bonita, superior, la miraba con cara de reproche contenido.  Mientras yo la miraba asustada, esta señora pensaba: que la pisen, por boba.  También me notó y sin decirnos una palabra nos comunicamos.  No movió ni un milímetro la cabeza, solo los ojos y, sumándole al cuadro una sonrisa perversa, me miró, y con los ojos y esa sonrisa me dijo: ¿qué tal esta, no te provoca que la pise un carro?.  Me encantó.  Un encuentro diminuto, una conversación perfecta.  A mí ya no me importó el destino de la otra que, si sigue así, pronto la va a embestir algo.  Me sacó una sonrisa que pudo haber sido una carcajada sino fuera porque esto sucedía todo en nuestras cabezas y las carcajadas quedaban tan fuera de lugar, tan externas ellas.  La descubrí deseando la muerte de su prójimo y ella no sintió pena, no, ella se ratificó: sí, que la pisen, por boba, ¿no te parece?.  Y pues no, no me parecía, pero yo no me iba a tirar ese momento tan especial, esa comunión mental con un comentario sensato, así que cuando el semáforo pasó a verde y nos cruzamos le dije con una sonrisa: te apoyo, sí, que la pise un carro.

viernes, 10 de junio de 2011

Tomemos distancia

Tendría que haber una manera de escribir lo que me pasa pero no la encuentro o la desconozco.  O no sé ni siquiera qué me pasa y entonces cómo podría escribir cualquier cosa, asunto con el que me encuentro incómoda, impropia.  Me desconozco en esta falta de palabras.  O tal vez son muchas cosas todas juntas.  Que me pasé por fin a mi casa.  Que a veces me siento muy distante de mis más cercanos.  Que parece que no entiendo bien a nadie realmente y que eso debe ser por esa misma falta de entendimiento propia.  Que tal vez no sea yo sino todos los demás, aunque eso sea poco probable pero tan consolador.  Que tal vez sea un poquito yo y un poquito los demás, pero que nadie está dispuesto a reconocer su parte.  Que empiezo dando ejemplo y reconozco que a veces puedo ser un horror: malgeniada, temperamental, territorial, irascible, celosa, antipática, irresponsable, importaculista, irrespetuosa, egoísta y todo lo demás.  Y que además, las cosas entretenidas que me pasan no las puedo mencionar, que todo el mundo me pide discreción y yo ya parezco una olla a presión a la que no le cabe más vapor y se va a explotar.

Etiquetas

Recuerdo a mi papá diciéndonos que nos nos dejáramos colgar etiquetas.  Él tiene varias.  No las voy a repetir para no seguir echándole leña a la candela de su leyenda.  A mí me gusta pensar que es sobre todo una cosa: auténtico.

Desde la hoja de vida, hasta la red social y el blog, pasando por las actividades de oficina para el fortalecimiento del trabajo en equipo, todo empieza con un "defínase, díganos quién es Ud".  Y yo no sé.  Nunca me ha gustado definirme. Sé que soy un ser humano.  Soy de esta especie y esta especie tiene la posibilidad de ser de todo y todo lo contrario.  Siempre empiezo diciendo que soy Ana María Mesa.  Así: soy.  Me gusta decir que soy mi nombre porque le cabe todo.

No creo que la gente no pueda ser medio honrada, tan repetido como verdad verdadera últimamente. No creo que las categorías puedan durar toda la vida.  No creo que ni los más grandes errores o los más destacados logros nos definan, algunas cosas no son tanto el resultado de uno mismo como de las circunstancias que nos rodean.  Hay estados: embarazada, soltera, casada, empleada, vacante, bronceada, con hambre.  Pero eso no quiere decir que uno sea madre, sola, pareja, muy ocupada, muy desocupada, morena o hambrienta.  Los roles no los jugamos todo el tiempo.

Definirse es limitarse, ponerse barreras.  Decir "soy responsable", "soy emprendedora", "soy desordenada", "soy perfeccionista", es comprometerse con una imagen de uno hacia los demás (como si importaran tanto) y hacia uno mismo a serlo siempre; comprometerse a defraudar a alguien, porque nadie puede ser responsable, o emprendedor, o desordenado, o perfeccionista, todo el tiempo y en todo caso eso no es bueno.  Eso de ser lo que sea permanentemente, de no permitirse la libertad de actuar de manera flexible, dependiendo del contexto, porque tenemos una imagen que mantener ante otros o con nosotros mismos es volverse el esclavo más tonto, el esclavo de uno mismo.  Jurarse tanta cosa como que haya que rendirse cuentas.

Me gusta cuando hago algo que no cabe en la cuadrícula y cualquier conocido dice "típico de Ana María".  No soy tan rebelde, pero es bueno que no los esté defraudando y es bueno que no lo haga siendo solamente lo que a mí me dé la gana de ser.

El día menos pensado me someto y los defraudo.  También puede pasar.  Pasa.  Lo advierto.

miércoles, 8 de junio de 2011

Pablo

Se resiste a usar el timbre.  Se para afuera de mi ventana y dice en voz alta y clara, pero sin gritar: 'doctora' y yo sé que me necesita.  Lo único que quisiera es que Pablo me deje vivir la ilusión de que desde afuera de mi casa no se oye nada de lo que pasa adentro.
Me tocará vivir siendo consciente.
Y pasito.

miércoles, 1 de junio de 2011

El temporal

¿Qué será?
Ando sin muchas ganas de contar.
Y además, qué cantidad de temas proscritos.
Pero ni para hablar de ellos como si no fueran míos...