jueves, 21 de septiembre de 2017

Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar

Soy Villegas, era de esperarse que en algún momento de la vida escribiera esta entrada.

Si me comparo con mi mamá, e incluso con mis tíos hombres, no soy ni la mitad de ordenada que ellos. Y si ellos se comparan con mi abuela Alba, ni un tercio. Corre en nuestros genes, pero va desapareciendo.

Soy, sobre todo, una persona en proceso de volverse ordenada. No lo era para nada en la adolescencia porque también soy Mesa y eso pesa. Pero ahí vamos. Mi mamá debe estar preguntándose que con qué autoridad creo que puedo hablar sobre esto.

Hay que reconocer que ser ordenado es más eficiente que no serlo. Mi tío Aurelio se demora dos minutos vistiéndose porque tiene un método diseñado para eso. Mi mamá hizo, después de 43 años viviendo en la misma casa, el trasteo menos traumático que haya presenciado, y mi abuela tenía clósets vacíos a dos manos porque no guardaba nada que no necesitara. Así es más fácil vivir.

Sin embargo hay gente que es capaz de vivir en medio del despelote. Yo, que soy un medio de un tercio de mi abuela, soy incapaz. Tolero algo de desorden, pero --seguro que para matizar el desorden interior-- necesito cierto orden afuera y he comprobado que eso me produce mucho bienestar. Creo que hace parte de los hábitos que mayor tranquilidad me proporcionan. O quizá tengo un TOC y todavía no lo reconozco.

En ese proceso de volverme gente ordenada he aprendido que ordenar tiene que ver con por lo menos tres cosas:

Categorizar, tomar decisiones y botar.

¿En qué morrito va eso?: ¿en el de cosas para regalar?, ¿facturas pagadas?, ¿facturas por pagar?, ¿ropa para lavar?, ¿ropa para guardar?, ¿juguetes?, ¿cables?, ¿papeles de la U?, ¿papeles del trabajo?, ¿papeles personales?, o --el morro vital-- ¿cosas para botar?

Luego hay que tomar esas decisiones rápidamente. De nada sirve identificar unas categorías si después va a pensar 10 años en donde va cada una.

Y luego hay que reconocer que la mayoría de cosas son para botar. Una anécdota:

Cuando me fui a vivir a Medellín a hacer la Universidad me llevé todo. TODO. La cama, el escritorio, los cuadros de mi cuarto de adolescente, unos muñecos que algún novio regalapeluches me había dado, la grabadora doblecassette, los cassettes, un corcho con fotos y las cartas que todos los amigos me habían escrito desde primaria. Todo. Creo que sentía que yo era todo eso y que desprenderme iba a causarme una ruptura con mi pasado.

Un día, que ni recuerdo bien, boté todo eso. El mismo día me deshice de los cuadros, la grabadora, los cassettes, los peluches, las cartas y el corcho. Guardé algunas fotos. Pensé que eso era algo que había que hacer sin pensar y fue lo único que pensé. Desde ese día conservo la misma lógica: no hay que apegarse mucho a las cosas. Aunque conservo algunas que me parecen más importantes, pero son menos y tienen un lugar específico en mi casa.

No sé si ordenar se trate de más cosas, pero tiendo a creer que se trata de una metáfora de por lo menos esas tres.