martes, 20 de enero de 2015

Quiero ser agente de tránsito

Cuando aprendí a manejar el señor que me enseñó me dijo algunas cosas que no hacían parte de la mecánica del carro —así se mete primera, así se acelera, así se frena con el freno, con la caja, con la emergencia—, sino de la dinámica de manejar y de enfrentarse a otros seres humanos a bordo de un carro para compartir una ciudad con vías estrechas. Me dijo, por ejemplo, "no haga contacto visual con nadie de otro carro porque se van a sentir autorizados para metérsele".

¿Qué es eso? Lo preparan a uno para la guerra en la ciudad, para tener unas relaciones a la defensiva con los que conducen otros carros. "No vaya a cometer ese error de mirar a los demás porque usted va a sentir compasión y aquí no se puede permitir ese sentimiento". "No mire a ese otro ser humano que necesita pasar por ese carril que usted está ocupando y que es suyo y solamente suyo".

Yo le hice caso mucho tiempo y debo decir que termina uno portándose como un imbécil madreando a todo el mundo, pitándole a la señora de 60 años que se demora un poquito más para bajarse del carro, alegando porque la gente no sabe manejar, porque no se saben parquear, porque para qué sacan ese carro si no lo saben poner a más de 40, porque no conocen la quinta, porque no saben arrancar en falda, porque la gente no hace sino estorbar. Uno se convierte en Goofy en este video de Disney.


Y luego vi la luz. Un amigo me la mostró. Sobre todo me dijo dos cosas, que dejara de ser irascible —adjetivo que yo no había considerado que fuera y lo soy— y que él no usaba casi el pito.

A mí me gusta de Manizales que la gente casi no pita, que muchos te dan paso aunque tengan la vía, que en la zona del Cable respetamos la cebra (deberíamos extenderlo a toda la ciudad, no entiendo bien por qué pasa eso solo allá, ¿será por la cantidad de gente que camina?) y que hacemos contacto visual con el conductor del carro del lado aunque no nos hayan enseñado a hacerlo.

Me gusta que demos la vía, que en los trancones espontáneamente vamos pasando uno de aquí, uno de allá, que le demos paso al peatón, que dejemos pasar a la buseta, que la buseta te deje pasar a ti, que los taxistas sean en su mayoría amables, que nadie le pite al carro que está estorbando porque quizá tiene que estorbar, porque de pronto se está bajando alguien que no puede hacerlo más rápido, que entendamos que hay gente que apenas está aprendiendo a manejar y que tienen derecho de salir a meter la pata, que comprendamos que en la vida es muy difícil que no nos estorbemos viviendo en comunidad y que seamos pacientes con eso.

Quizá tengo la realidad alterada y no veo que estamos llenos de Goofys, yo sé que los hay. Pero tal vez irme al mundo amablemente me ha traído más de lo mismo, amabilidad. Y tal vez si alguien empieza por ser amable, por no usar el pito a toda hora, por ceder el paso, por mirar a los ojos al otro en lugar de echarle un madrazo... Quizá esas cosas se van pegando, se van extendiendo, se contagian, se vuelven la manera amable en la que nos relacionamos con los demás.

Me preocupan las motos, que me parece que lo hacen muy mal. Me preocupan los ejemplos de otras ciudades, me preocupa que no veo campañas al respecto, me preocupa que por no destacar que estamos haciendo algo bien no lo valoremos. Manejar en Manizales, a pesar de la cantidad de carros, sigue siendo una experiencia amable. No lo vayamos a dejar perder.

domingo, 18 de enero de 2015

Premio de montaña

No puedo explicar muy bien lo que pasó en 2014. Solo sé que se siente como un triunfo. Conquisté algo en mí que no debería ser tan difícil de explicar porque sé que se me nota.

Escribiéndole a un amigo le decía que creía que había logrado llenar de sentido mis cosas. Mi vida, para ponerlo bien trascendente.

¿Cómo le otorga uno sentido a su vida? Creo que muchos lo hacen en la medida en la que proyectan un futuro y empiezan a apostarle a eso, a invertirle, a meterle plata, literalmente: compran una casa, pagan sus estudios, se mudan, cambian de país, se enamoran y construyen algo con otra persona. En ese sentido los hijos, creo, son la proyección de futuro más importante. Esa proyección ayuda a llenar de sentido el día a día. Hay una meta, un lugar al cual llegar. Un motivo para levantarse todos los días y meterle empeño a la vida.

En alguna parte leía que uno llega a este mundo con la batería llena para un primer buen impulso. Que luego los hijos son como una recarga a esa batería y ayudan a darle un segundo empujón. Y que al final, los nietos son la tercera recarga para llenar de motivos los últimos años de la vida.

Y yo —como mucha gente, no es que tenga nada de especial— nada de eso.

Cómo lleno yo de sentido mi vida que me he negado tanto a proyectar en el futuro porque, como tantas cosas románticas y hippies que creí, me comprometí con lo de vivir el presente sin hacer muchos planes porque para qué, si me puedo morir ya. Es raro vivir tanto tiempo medio desapegado de todo porque en cualquier momento se acaba el circo y ese momento se demora más de lo que uno creía en llegar.

Eso fue lo que logré. La manera en la que lo hice me da mucho pudor contarla porque suena ridícula, pero son cosas muy sencillas que hacen mi cotidianidad más simple, más fácil, más ligera, más rutinaria.

No es que ya no me gusten las olas y las sorpresas. Pero creo que entendí que hay que equilibrarlas.

sábado, 3 de enero de 2015

Limpieza de fin de año

Ya recogí el árbol de navidad. Y barrí las hojas caídas y llené de nuevo el espacio con los muebles. Ya organicé mi casa. Saqué un montón de cosas que no uso, entre toallas, ropones, ropa, zapatos, cosas de la cocina, papeles, libros viejos de la universidad, ropa de cama y más ropa de la otra. Limpié, organicé y desocupé. Todo eso paulatinamente durante estos últimos tres meses. Todavía me falta sacar algunas cosas. Esos platos de barro para servir bandeja paisa que vienen con su canasta artesanal y esas copas de vino de las que tengo tantas como si aquí operara una casa de banquetes.

Todo eso me parece que sobra ahora que tengo más claridad. Esta es la vida que vivo en la que no necesito todas esas cosas porque esta no es la casa de nadie más sino la mía. No sé bien eso qué significa, pero así se siente y le estoy apostando a eso.

Todavía sobran muchas cosas.