viernes, 22 de abril de 2016

La Orquesta Sinfónica de Caldas

No sabía que Andrés Felipe Betancourth López, el Vicerrector de Proyección, es buen orador. Sin un texto de apoyo hizo el discurso —breve, como me gustan— del III Concierto de Temporada de la Orquesta Sinfónica de Caldas. 

Contó que la Orquesta estuvo desde octubre hasta marzo, otra vez, a la deriva, sin casa, sin dueños. Pero eso sí, con muchos dolientes que vez tras vez tienen que volver a explicar por qué es importante su existencia. La Orquesta es un proyecto complejo, difícil de entender para los que no son músicos, que son los que finalmente deciden sobre su financiación y sobre su administración. Explicarlo implica entrar en conversaciones como "hay que tener una tuba y un arpa así aparezcan en poquitos programas" y "hoy solo toca el 30 % de la Orquesta porque el programa es del período barroco, pero igual hay que pagarles todo el año a todos los músicos porque ellos están trabajando" y cosas como esas que para los administradores y economistas significan ineficiencias, pérdidas de tiempo y bajos niveles de productividad. Cosas como esas que al arte le importan un pito. 

Por fortuna Andrés Felipe y Felipe César (el rector de la U de C) entienden de arte y la Orquesta ahora está otra vez en la Universidad de Caldas que es donde lógicamente debe estar. 

Debo confesar que yo soy fan hasta el tuétano. Que conozco la Orquesta de cerquita desde 1999. Que conozco a los músicos que la integran (cada vez a menos, pero todavía a muchos). Que he vivido con ellos varios de los momentos más difíciles, como el de 2009 donde literalmente se iba a acabar.

En esa época la Orquesta costaba $1'300 millones de pesos al año para el sostenimiento de 75 músicos, incluyendo al director y a una planta administrativa pequeña, con una programación de 10 meses. Una chichigua para el presupuesto de esta ciudad, como lo dijo alguien en un texto quejándose de que se fuera a acabar. 

Pero debo decir también que desde que empecé a trabajar en radio no conozco su día a día. No sé cuáles son los problemas más urgentes. No sé cuánto cuesta la nómina actual. No sé quiénes se siguen oponiendo a su existencia. Le sigo la pista un poquito de lejos, pero permanezco atenta y voy a muchos de sus conciertos. Es uno de los patrimonios manizaleños que más orgullo me hacen sentir. Me parece importante que la ciudad tenga una Orquesta Sinfónica y no creo que la gente sea muy consciente de lo afortunada que es de poder ver una semana tras semana. 

Gracias a ella aquí hemos podido ver ópera (y yo he podido cantar ópera y obras sinfónico corales), tener compositores, directores e intérpretes de primer nivel, los conjuntos de cámara abundan, hemos visto ballet, han acompañado obras del Festival Internacional de Teatro, etc.  Para dar solo un dato, si aquí no hubiera habido Orquesta Sinfónica quién sabe si el Director Asistente de la Orquesta Filarmónica de Bogotá sería el caldense Leonardo Marulanda. Uno de los músicos más importantes que tiene esta ciudad y que es el resultado de que haya programa de Bandas de Caldas y también Orquesta Sinfónica de Caldas, porque esas cosas funcionan sistémicamente y cada una contribuye a la existencia de las otras. Los chicos que comienzan en el programa de bandas y que tienen buen nivel buscan agrupaciones más exigentes. Estudian como locos para obtener una de las plazas de la Sinfónica. Por cada uno de los músicos que la integran hay por lo menos dos o tres que no alcanzaron un lugar, y eso habla de calidad. Esos músicos y ese ambiente conforman un ecosistema que se alimenta de la mística que cada uno de ellos le inyecta a tratar de ser un buen instrumentista. Estudian como locos, hacen campamentos por secciones (la percusión, las maderas, los bronces, las cuerdas). Y no sé cómo, y pueden acusarme de romántica, pero todo eso contribuye y construye, con los años, con el tiempo, desde ellos hasta el público, un ambiente particular que es el que tantas veces le reconocemos a esta ciudad. No será el único factor, pero sin duda es uno de ellos. 

La Orquesta Sinfónica tiene, desde sus orígenes con Oliva Manchola y Nelson Monroy, como 30 años de existencia. 30 años de Orquesta Sinfónica es un montón, es de aplaudir a cada uno de los que han luchado porque exista.

Hoy, viendo el programa que la Orquesta presentó pensaba en los que oí tantas veces decir que hubiera debido acabarse, que era desafinada, que tenía problemas administrativos, que era costosa (los que opinan que la orquesta es costosa son unos tacaños que no sirven para la vida con lo que tiene de bella), que nadie iba a verla, que la gente no sabía de su existencia, que para qué ver obras mal interpretadas, que mejor que eso era poner un CD... y otra cantidad de sandeces. 

Hoy la Orquesta presentó el Concierto para Trompeta en Re Mayor de Henri Tomasi interpretado por Oscar Fernando Trujillo un músico que es un James de la trompeta, que si no juega en el Madrid es porque quiere vivir en esta ciudad y no en otra. Y luego hicieron la Sinfonía Nª 1 en Sol Menor de Tschaikowsky dirigidos por el muy joven Maestro caleño Miguel Santiago López que es el director asistente y que dirige hermoso. Y la gente se paró a aplaudir porque verdaderamente fue un gran programa interpretado maravillosamente. 

Son procesos, se toman su tiempo, son inversiones que requieren paciencia y aguante y explicar y volver a explicar por qué es importante que todos participemos, que el patrimonio es de la ciudad, suyo, mío; que lo que eso nos deja nos favorece a todos y que por eso es poco pagar por una boleta. 

Es mi única crítica. La única que quiero hacer hoy en todo caso. El ejercicio de gratuidad ya se ha hecho durante muchos años. Durante todos los años. ¡30 años! Los manizaleños tenemos que dejar de ser tan michicatos de asistir masivamente cuando el concierto es gratis y no ir de la misma manera si nos cobran dos mil o diez mil pesos. Algo hay que hacer en este sentido. Cobrar, digo yo. Y que la gente se acostumbre a que no todo es gratis, porque además no lo es. Cada uno de los músicos de la Orquesta es un empleado que depende de ese trabajo para pagar sus facturas y sus deudas. Eso también hace parte, como las historias que cuenta el Maestro Gorka Sierra antes de comenzar cada programa, de la formación del público.

Bueno, y otra cosa: fantástico que sepamos en qué momento se aplaude, pero pésimo el "shhhh" cuando alguien lo intenta en medio del tercer y cuarto movimiento. Que aplaudan si quieren aplaudir, peor ese "shhhh" intolerante y fanático. Y eso que lo digo yo, que, como queda demostrado, hago parte de los Hooligans de esta Orquesta. 

jueves, 7 de abril de 2016

Pasado

Me molesta del pasado su condición de para siempre. Lo poco que le interesa mi voluntad del presente. La imposibilidad de retirar de ahí para que no me pese el tiempo. Lo definitivo, como la muerte, que tiene el pasado. Su capacidad para definirme. Porque para siempre ahí está todo eso que hice y que me sucedió, bueno y malo. Me gustaría poder decir "esto no me pesa". "Esto no hace parte de mi vida". Aunque me construya, aunque haga parte de mí y yo me guste. 

martes, 5 de abril de 2016

Idiotas

El papá de un amigo  que lee este blog, me enteré ese día llegó hasta mi oficina, se sentó frente a mí y después de saludar amablemente me soltó la pregunta:

¿Entonces Usted no se lo quiso dar a su amiguito, Ana María? Cuente a ver por qué.

Había leído en mi blog una historia en donde eso era apenas una anécdota porque la entrada se trataba de otra cosa. Pero no importa, hubiera podido ser sobre eso.

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Un compañero de trabajo que tomaba conmigo un curso en el que nos pidieron dibujar a alguien del salón para, a partir de esos dibujos, adivinar a quién habían dibujado los demás, me dibujó a mí empelota con tremendo par de tetas. Luego exhibió el dibujo muerto de la risa.

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Un conocido de Twitter, incluso diría que un amigo de Twitter, me pidió hace poco una foto empelota. Pedir fotos empelota no me parece ofensivo, ni una falta de respeto, ni nada. Si no fuera porque no había mediado de mi parte más que amabilidad y cortesía. Creo que nada indicaba que yo hubiera querido que él me viera empelota.

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Me parece llamativo que si digo que me he tomado y que he enviado fotos sin ropa, o si hablo de sexo, o si soy amigable y simpática, algunos hombres creen o interpretan licencias que estoy dando para que crucen líneas que nadie los ha invitado a cruzar.

Tengo otros amigos a quienes cada que me pasa algo así les cuento esas cosas para saber si estoy loca y si fue que me llené de escrúpulos feministas. Y eso lo hago porque de tanto que pasan estas cosas uno ya no sabe, o duda, sobre qué es lo normal y qué es lo que está bien o mal.

Hace poco en Twitter un completo desconocido que ni siquiera me sigue me escribió por DM para pedir mi autorización para hacerse la paja en mi "honor".

Ese día compartí una imagen de ese cruce de mensajes en mi cuenta de Twitter. Varios amigos me escribieron en el TL y por DM para solidarizarse y para decir que eso no les parecía bien hecho. En una de esas conversaciones, un amigo, uno de los más francos para hablar de sexo, me dijo lo siguiente:

"No creo que sea una buena persona. Utiliza la masturbación para acercarse, él quería que usted supiera. Él cree que es algo que debe compartir. Cuando a mí me provoca masturbarme yo creo que es algo mío, no cargo a la otra con mis ganas".

Cargar al otro con las ganas propias de esa manera es hacerlo parte de un tipo de encuentro sexual. Es como esas llamadas que se hacían antes de que se inventaran el identificador de llamadas en las que solo se oía a alguien gimiendo y respirando y que uno colgaba tan rápido como podía. El hecho simple de que se dé a través de un computador, o de una conversación, o de un teléfono no cambia el hecho de que me están involucrando en un deseo que no comparto.

De alguna manera siento que los tres ejemplos que expongo hacen lo mismo. Cruzan esa línea en la que el deseo de esas personas se vuelve asunto mío sin que yo lo haya permitido.

Y me cuestiono de dónde sale la torpeza de preguntarme detalles sexuales sobre mi vida, dibujarme empelota, pedirme fotos desnuda o solicitar mi permiso para masturbarse en mi nombre si no es de donde lo señalan tantas feministas: del derecho que creen que tienen los hombres sobre la sexualidad femenina. Del permiso autoconcedido por siglos y siglos de abusos de no tener que considerar lo que uno siente o piensa o quiere.

Pasan esas cosas, suman, una encima de otra y me siento paranoide y desesperanzada sobre los señores. Por fortuna tengo amigos como los que tengo, que me dejan saber que no todos son irremediablemente idiotas.