lunes, 10 de septiembre de 2012

Tetas y marido

Otra entrada sobre mujeres.

En mi salón del colegio éramos 15 niñas.  Muy poquitas porque Los Cerezos pretendía educación personalizada que significaba - siempre digo lo mismo - al ritmo de la más lenta y teníamos dos compañeras que de verdad lo eran.

Eran también ellas las más montadoras del salón.  Gorda, piernas de futbolista, el papá de tal es traqueto, Zutana tiene mal tipo, mi papá dijo que no da cinco centavos por la virginidad de Perana, boca de negra, su novio es marica, qué piernas tan secas, enana, nerda, sapa, puta, en fin.

Las dos intentaron solucionar parte de lo que las llevaba a ser de esa manera con implantes mamarios.  No digo que todas las muchachitas que se ponen implantes mamarios son montadoras, digo que las ganas de atacar a los demás gratuitamente nacen de insatisfacciones personales.  Ellas eran lindas —mucho— y sin embargo sentían la necesidad de hacer sentir mal a otras niñas que, aunque no lo eran tanto, tenían algo que ellas no tenían: inteligencia, nobleza, bondad, amabilidad, no sé.

¿Desventaja para qué? Supongo que para conseguir marido, su única ambición.

Las dos tienen marido, las dos tienen tetas, pero conservan la actitud montadora.  Señas de que ni las tetas, ni los maridos, hicieron el trabajo que tenían que hacer: hacerlas sentir bien con ellas mismas porque a uno le pueden operar todo menos la autoaceptación.

Pero encajan, que sigue siendo la misma necesidad adolescente.

Yo no sé quién madura, parece que nadie.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

En lo posible no veo a la gente del colegio. Es muy triste ver gente de más de 30 igual a cuando tenían 15.
Si uno ve un adulto idiota no es tan duro como ver a alguien que todo su vida ha sido idiota.
Es como si fuera más llevadero ver una foto que una película.

Saludos.

Ana María Mesa Villegas dijo...

Ah, esa figura de la foto y la película tan bonita. Gracias Dani por venir por aquí.

alvaron dijo...

Quisiera creer que ellas ahora van diariamente al gimnasio, tienen entrenador personal y de pronto un buen amante que las monte! Aleluya!!!

ensergio dijo...

Nadie madura. Qué liberador reconocer eso.

Sandra dijo...

Muy acertada tu descripción de las montadoras que en mi salón también existían a pesar de que mi colegio era mixto. Es más, creo que la presencia de hombres, las exacerbaba.
Me dio gusto volver a tu blog.

Ps. Esa verificación de caracteres es una mamera...

Adriana Villegas Botero dijo...

Ahora se habla mucho del matoneo... en nuestra época de colegio yo creo que esa palabra no existía. Pero la conducta claramente sí.

Sin embargo creo que la vida y los años se encargan de poner las cosas en su lugar.

Ana María Mesa Villegas dijo...

Ensergio, sí, a ver si nos quitamos esa presión de madurar.
Alvarón, seguro que sí.
Gracias, Sandra, por volver. Eso de los captchas a mí tampoco me gustan, pero parece que uno hace algún tipo de bien con esos filtros.
Adri, yo lo que agradezco es que tú también hayas estado en ese salón. Y Pame y Ette. Y creo que muchas de nuestras compañeras eran muy queridas y ese ambiente todo raro no nos dejó querernos como hubiéramos podido.

Ángela Cuartas dijo...

La gente que no cambia es como si estuviera muerta. Yo sí creo que hay gente que madura y ahora pienso que es eso, cambiar lo que lo hace a uno desdichado, aunque sea un poquito y con mucha paciencia y lentitud. Pero sí pasa muchas veces.

Irene dijo...

Los que más me gustan son los que no maduran nunca y siguen siendo tan chéveres como lo eran en el colegio.

hay otros, la triste mayoría, que creen que maduran a punta de tener mas tacones y corbatas en el closet, más plata en la cuenta, más tarjetas y obvio, marido y gigantetas.

y hay otros más graves: la gente que cree que madura pero cuando vé es que ya se está empezando a podrir....

madurar... mejor no.

Ana María Mesa Villegas dijo...

Yo tampoco he sido muy fan de la madurez pero creo que es que la tenemos muy confundida con seriedad y formalidad y cosas así... yo creo que madurez es tranquilidad. Yo creo que la tranquilidad es una cantidad de cosas a las que les hemos puesto otros nombres, como amor, paciencia, amor propio, madurez, felicidad... En fin...

Diego Niño dijo...

Existen personas a quienes los vacíos afectivos que determinaron (por no decir, envenenaron) su existencia. Quizás sus padres no les dieron la atención y el afecto que necesitaban o, por el contrario, se lo dieron en dosis que sobrepasaron los límites de la cordura.

Va un saludo desde la fría Bogotá!