Una manchita café apareció en mi frente un día cuando tenía seis años. Creo recordar que estábamos en una finca y yo había estado todo el día en la piscina. Como mi papá era dermatólogo constató la existencia de la mancha y seguramente dijo que eso no valía la pena. Al día siguiente constató que la mancha se había extendido a toda la frente y ahora tenía nombre: se llamaba vitiligo. Me revisó por todas partes... las partes donde suele dar vitiligo, y constató que tenía las manchas blancas con café no solamente en la frente, sino también en otros lugares del cuerpo. Reiteró que eso no valía la pena. El tratamiento: sol, ponerme al sol, más piscina. Encantada de la vida. Cuando en el Hospital Universitario de Caldas compraron una lámpara de luz ultravioleta el tratamiento incluyó visitas a ese lugar. Me ponían un antifaz que impedía que la luz me dañara los ojos y me dejaban sola unos ratos largos, sentada, mirando hacia la luz. La mancha de vitiligo era mi primera historia, fue lo primero que me pasó en la vida. A mí. Era mi historia, mía. Era un motivo de conversación y yo estaba feliz de podérselo contar a todo el mundo. Un suceso. Mi primer suceso. ¡Drama! Una particularidad que yo sentía que me hacía especial. No conocía a nadie más con vitiligo. Única. La verdad es que yo siempre me he sentido muy especial. Me ponía feliz cuando alguien me preguntaba, y siempre me preguntaban, claro, porque era la sensación: "¿qué es lo que tienes en la frente?", y con seis años narraba mi versión de los hechos: "vitiligo, una despigmentación de la piel. Tengo en la frente, en las axilas, en las rodillas, y en una parte que no te puedo decir". Risas. Encantada de la vida.
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