Tal vez lo sabía, pero no lo tenía en cuenta, no lo alcanzaba a ver, no era determinante, por lo distantes que estaban sus futuros 79 años de los 19 que tenía en ese entonces, que cuando eligió irse con las Hermanitas de los Pobres no solo estaba tomando la decisión de vivir para siempre lejos de su casa, sino también la de morir lejos de su familia.
Hace una semana empezaron a llegar los mensajes diarios contando sobre la salud de la hermana y la tía. Que ya no ha vuelto a levantarse de la cama, que se ve cómo se va apagando, que hoy amaneció mejor, que tiene fiebre y no se le quita a pesar de los tratamientos médicos, que ya no abre los ojos, que estamos en oración todas las hermanas, que la estamos acompañando, que sabemos que ustedes también nos acompañan, que no tienen nada de qué preocuparse, que no le hace falta nada, que está tranquila, que se murió y que tuvo una muerte bella. Que ya está en donde siempre quiso estar, con Dios, sus padres y su hermano Aníbal.
Cómo se duele la muerte de alguien que se fue hace 60 años si no es con un poco de rabia por no poderla acompañar, por no haberla visto una última vez, por no haberle escrito más, por no haberle hablado más, por no haberle pedido que rezara más por nosotros, y sin reprocharle un poco que haya decidido pasar la vida lejos. Como se duele la muerte de alguien sin un poco de egoísmo. Cómo se vive una vida monástica sin un poco de egoísmo.
Luis, su papá, la lloro mucho cuando se fue de la casa. Tal vez él sí fue consciente, vio una vida completa sin una hija y lloró su muerte a tiempo.
sábado, 31 de octubre de 2015
miércoles, 28 de octubre de 2015
miércoles, 21 de octubre de 2015
Cultura en Manizales (Manizales Grita Rock y demás)
Dos cosas me preocupan sobre el sector cultural en Manizales: 1. lo desunidos que somos y 2. lo mal preparados que estamos, en general o en promedio, para hacer las cosas que tienen que ver con la operación de la cultura: la gestión y los asuntos estratégicos.
También me preocupa que es un sector sin recursos económicos, claro, pero esa me parece una consecuencia lógica de las fallas que menciono antes.
Y viene al caso una comparación que hace Octavio Escobar sobre el negocio del fútbol y el de la cultura. Dice él:
"¿Cómo es posible que unas personas supuestamente brutas -así los vemos desde el sector cultural- sean capaces de hablar durante semanas sobre un partido de fútbol manteniendo el interés y el entretenimiento y otras personas, supuestamente inteligentes, sean incapaces de hablar durante 15 minutos de un libro sin dormir a la audiencia?".
Y es que mientras nos parece que la cultura debería escribirse siempre con mayúsculas iniciales -La Cultura- y la distanciamos con ese discurso poco atractivo de los escenarios de comunicación masivos, hablando sobre ella siempre en tono pretencioso, el fútbol ha pasado de ocupar un espacio de 10 o 15 minutos diarios en los noticieros de 1980 a tener canales especializados que solamente hablan sobre eso durante todo el día, a todas las horas. Sí, también hay canales como Film & Arts, pero no es lo mismo: sabemos qué desayuna James y en qué se gasta su sueldo, pero nos parece indigno preguntar o hablar sobre los premios de Octavio y cuántas gorras alcanza a comprarse con ellos.
Eso tiene un riesgo, sí. Que el asunto se vuelva un show y que por ese camino se aliviane y pierda peso específico. ¿Y qué? ¿No es eso lo que debería hacer un proceso de formación de público? Ponerse un poco al nivel de los que espera convocar e ir especializando la conversación. ¿No ha pasado eso con el fútbol?
Hasta yo, que no tengo idea de fútbol, soy capaz de entender una conversación en la que digan que Pékerman alineó un 4 - 4 - 2. Así que sí, creo que no es muy osado decir que de tanto oír hablar de fútbol hasta los que no estamos interesados hemos aprendido algo.
Y me preocupa el asunto porque en estos días salió en La Patria un artículo en el que se debatía el apoyo que recibe Manizales Grita Rock por parte del Municipio. Ese periódico convocó a dos actores culturales para conversar sobre eso: Rafael Echeverri, organizador de MGR y Uriel Giraldo, poeta, director de Acántaros Danza y propietario de la sala de teatro El Escondite.
Y en sus respuestas Uriel dijo, y me parece gravísimo, que le parece que el aporte del Municipio a Manizales Grita Rock es excesivo. Y la respuesta de Rafael, que tampoco me gustó, dice que no es excesivo porque se paga con la presencia de 30 mil personas que invierten $1.500 millones de pesos en la economía de la ciudad.
A mí me parece que lo que habría que decir es que esa es la plata que se necesita para hacer un buen evento de rock como lo demuestra Manizales Grita Rock. Punto.
Si queremos hacer cosas buenas, bien hechas, bien producidas, con buenos carteles, eso es lo que cuestan. O tal vez más. La inversión en cultura debe ser así, sin hambre, ambiciosa. ¿Pero cómo es posible que personas del sector cultural digan que eso es demasiado o que no lo es tanto mientras sea rentable?
Esa discusión, planteada de esa manera, tiene además otras dos consecuencias espantosas: sigue dividiendo al sector: Uriel, un gestor querido e importante para la ciudad, criticando el evento de Rafael, otro gestor querido e importante para la ciudad. Y ellos dos dejándose convocar a esa conversación, distrayendo la atención sobre lo verdaderamente importante: Uriel dice en el mismo artículo que el aporte del Municipio a Manizales Grita Rock -$650 millones de pesos- obedece a más del 50 % del presupuesto local para cultura.
¡Ese presupuesto cultural de Manizales es una chichipatada vergonzosa!
¡Pues claro que con esa cifra lo único que puede hacerse es repartir inequidad! No alcanza para más.
Sobre eso y unidos es de lo que deberían estar conversando.
También me preocupa que es un sector sin recursos económicos, claro, pero esa me parece una consecuencia lógica de las fallas que menciono antes.
Y viene al caso una comparación que hace Octavio Escobar sobre el negocio del fútbol y el de la cultura. Dice él:
"¿Cómo es posible que unas personas supuestamente brutas -así los vemos desde el sector cultural- sean capaces de hablar durante semanas sobre un partido de fútbol manteniendo el interés y el entretenimiento y otras personas, supuestamente inteligentes, sean incapaces de hablar durante 15 minutos de un libro sin dormir a la audiencia?".
Y es que mientras nos parece que la cultura debería escribirse siempre con mayúsculas iniciales -La Cultura- y la distanciamos con ese discurso poco atractivo de los escenarios de comunicación masivos, hablando sobre ella siempre en tono pretencioso, el fútbol ha pasado de ocupar un espacio de 10 o 15 minutos diarios en los noticieros de 1980 a tener canales especializados que solamente hablan sobre eso durante todo el día, a todas las horas. Sí, también hay canales como Film & Arts, pero no es lo mismo: sabemos qué desayuna James y en qué se gasta su sueldo, pero nos parece indigno preguntar o hablar sobre los premios de Octavio y cuántas gorras alcanza a comprarse con ellos.
Eso tiene un riesgo, sí. Que el asunto se vuelva un show y que por ese camino se aliviane y pierda peso específico. ¿Y qué? ¿No es eso lo que debería hacer un proceso de formación de público? Ponerse un poco al nivel de los que espera convocar e ir especializando la conversación. ¿No ha pasado eso con el fútbol?
Hasta yo, que no tengo idea de fútbol, soy capaz de entender una conversación en la que digan que Pékerman alineó un 4 - 4 - 2. Así que sí, creo que no es muy osado decir que de tanto oír hablar de fútbol hasta los que no estamos interesados hemos aprendido algo.
Y me preocupa el asunto porque en estos días salió en La Patria un artículo en el que se debatía el apoyo que recibe Manizales Grita Rock por parte del Municipio. Ese periódico convocó a dos actores culturales para conversar sobre eso: Rafael Echeverri, organizador de MGR y Uriel Giraldo, poeta, director de Acántaros Danza y propietario de la sala de teatro El Escondite.
Y en sus respuestas Uriel dijo, y me parece gravísimo, que le parece que el aporte del Municipio a Manizales Grita Rock es excesivo. Y la respuesta de Rafael, que tampoco me gustó, dice que no es excesivo porque se paga con la presencia de 30 mil personas que invierten $1.500 millones de pesos en la economía de la ciudad.
A mí me parece que lo que habría que decir es que esa es la plata que se necesita para hacer un buen evento de rock como lo demuestra Manizales Grita Rock. Punto.
Si queremos hacer cosas buenas, bien hechas, bien producidas, con buenos carteles, eso es lo que cuestan. O tal vez más. La inversión en cultura debe ser así, sin hambre, ambiciosa. ¿Pero cómo es posible que personas del sector cultural digan que eso es demasiado o que no lo es tanto mientras sea rentable?
Esa discusión, planteada de esa manera, tiene además otras dos consecuencias espantosas: sigue dividiendo al sector: Uriel, un gestor querido e importante para la ciudad, criticando el evento de Rafael, otro gestor querido e importante para la ciudad. Y ellos dos dejándose convocar a esa conversación, distrayendo la atención sobre lo verdaderamente importante: Uriel dice en el mismo artículo que el aporte del Municipio a Manizales Grita Rock -$650 millones de pesos- obedece a más del 50 % del presupuesto local para cultura.
¡Ese presupuesto cultural de Manizales es una chichipatada vergonzosa!
¡Pues claro que con esa cifra lo único que puede hacerse es repartir inequidad! No alcanza para más.
Sobre eso y unidos es de lo que deberían estar conversando.
viernes, 9 de octubre de 2015
Lección Final de Juan Felipe Gaviria Gutiérrez
En estos días conversando con un amigo que también se graduó de Eafit y acordándonos de Juan Felipe Gaviria, que era el rector cuando nos graduamos, recordé este texto que nos entregaron ese día. Este es el discurso que Juan Felipe había dado como Lección Final a los que se graduaron el semestre anterior al nuestro, pero alguien, con razón, vio que el texto merecía ser publicado y entregado a todos los graduandos. Ojalá se los sigan dando.
Esta última lección está compuesta de siete partes. Siete sugerencias, siete consejos, si se quiere. Nada tienen ellos de imperativo. Pueden, si así lo desean, ignorarlos, olvidarlos, o interpretarlos a su antojo. Creo, sin embargo, que les serán útiles, o, por lo menos, a eso aspiro, no sin cierta ingenuidad.
Esta lección está inspirada en una sola idea: creo que la universidad debe jugar un papel protagónico en la generación y transmisión de la cultura. En mi opinión, la universidad no debe limitarse a ser un agente pasivo en la acumulación de capital humano. La cultura, con todo lo que tiene de inquietante y, por qué no, de inútil, debe ocupar aquí un papel prominente. La creación de la Escuela de Ciencias y Humanidades es un primer paso en esta dirección.
Permítanme pues ofrecerles mis sugerencias, que vuelvo y lo repito, hablan desde la cultura a través de este no muy caro interlocutor.
Mi primera sugerencia es simple. No se tomen muy en serio ni a sí mismos ni a sus proyectos. No es esto una invitación a la irresponsabilidad. No es tampoco una apología a la pereza. Es más bien una posición ontológica que reconoce la insignificancia de nuestros avatares.
Sólo si reconocemos que el mundo puede vivir sin nosotros, que no somos más imprescindibles que la hormiga que se pasea por la pared de nuestro cuarto en una noche de desvelo, sólo entonces estaremos equipados para afrontar las complejidades de la vida de adultos.
Reírse de la vida tiene que convertirse, al menos en mi opinión, en un imperativo. Ello nos permitirá sobrellevar la derrota, nos hará sabios en el triunfo; y, lo que es más importante, nos hará menos egoístas y más conscientes de nuestra posición en el mundo, y, por lo tanto, menos susceptibles a lo mucho de absurdo e irremediable que tiene la vida.
Quiero ahora, parafraseando al poeta Joseph Brodsky, llamar la atención sobre una enfermedad de nuestro tiempo: la tendencia a buscar culpables. La lista es larga y ustedes la conocen: los profesores, el gobierno, el sistema, el jefe, y otros y otras, abstractos y concretos, nacionales y extranjeros.
Mi propuesta es clara: nunca asuman el papel de víctima. Nunca por nada del mundo sucumban ante
la tentación de la autocompasión. Aunque todo parezca venirse abajo y la evidencia sea irrefutable, nunca se digan perdedores. Y si lo hacen, recuerden que si nos decimos libres, sólo nosotros somos culpables por nuestros desafueros.
Esto me lleva a mi tercer punto. Respeten la vida no sólo por lo que tiene de bueno, sino también por lo que tiene de difícil, de complejo.
La razón es obvia: sin lo segundo lo primero carece de sentido, pues como todos ustedes lo saben, la alegría no existe sin la tristeza ni la felicidad sin pesadumbre.
Mi propuesta es clara: los invito no solo a aceptar con entereza las dificultades inherentes de la vida, sino también a buscarlas, y por qué no, a promoverlas. En otras palabras, traten de ser un poco masoquistas, pues sin un toque de masoquismo la vida es incompleta.
Sé que mi propuesta requiere especial esfuerzo pues es difícil resistir el embate del entretenimiento pasivo que domina nuestra cultura, pero recuerden que lo mejor que tiene para ofrecer la vida cuesta trabajo y que si rehusamos hacer el esfuerzo, también rehusamos al goce. Ustedes escogen.
Traten de ser modestos. Recuerden que somos muchos y que muchos de nuestros éxitos vienen a expensas de los fracasos de otros. Aunque soy algo escéptico respecto a los imperativos morales, hay dos que encuentro inaplazables: disfracen sus victorias y recuerden, además, que toda victoria inútil es un crimen.
Cada vez que se sientan superiores y sientan ese impulso de hacérselo saber al mundo, háganlo con dignidad.
Recuerden también que el arrogante cree tener la verdad. Por ello teme al sentido del humor que todo lo relativiza. Esto nos lleva de regreso a mi primer punto: si desarrollamos la capacidad de reírnos de la vida, la arrogancia nunca tocará a nuestra puerta.
De la ética quiero pasar a la estética. Mi sugerencia aquí es enfática: traten de combatir, a más no poder, la vulgaridad del corazón humano. No le hagan el juego a la prensa amarilla. No compren sus mentiras. Ignoren, así sea por un rato, las vicisitudes de la farándula.
Así mismo, traten de evitar los clichés y no sucumban ante los lugares comunes. Hoy en día cuando las ideas han dado paso a los eslogans y el arte al entretenimiento, ello se hace más importante que siempre.
Quiero proponerles que lean siempre, esto no solo los hará más conscientes de la vulgaridad que nos rodea, sino que también, y de ñapa, los hará mejores personas.
Cambiando de tema, mi próxima sugerencia es un poco más práctica. Nunca le apuesten todo al mismo número. No pongan todos los huevos en la misma canasta. No depositen todas sus ilusiones en un solo proyecto. Deseen varias cosas, mientras más disímiles mejor.
Como todos ustedes lo saben, o si no muy pronto lo aprenderán, no siempre todo sale bien. Muchos proyectos fracasan, y muchos sueños nunca se hacen realidad. Por ello nunca sucumban ante las opciones que prometen todo, pero que, a cambio, pueden dejarlos sin nada. La prudencia es siempre el mejor camino, sobre todo si ustedes, como yo, odian la tarea de disculpar ilusiones.
De otro lado, estén preparados para enfrentar la desilusión que siempre acompaña las ilusiones cumplidas. Nuestros sueños siempre prometen más de lo que dan. Como bien lo decía Santa Teresa hace más de 500 años: "se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas".
Así pues, nunca conviertan su vida en una lucha por un único y solo ideal. De allí no hay salida: si no se cumple, mal, y si se cumple, peor.
Mi última sugerencia es simple y más que apropiada para la ocasión. Hagan todo lo necesario por no ignorar a sus padres. Ténganlos en cuenta en sus decisiones y en sus oraciones. Nunca dirijan sus rabietas contra ellos: son un blanco demasiado fácil. Préstenle atención a sus consejos: ellos que han vivido más que ustedes siempre tendrán algo qué decir. La edad, sobra decirlo, confiere cierta perspectiva. Hoy, especialmente, muéstrense agradecidos pues este grado también es de ellos.
Con esto termino, Les deseo la mejor suerte del mundo. Disfruten este día, cultiven buenos recuerdos, alimenten futuras nostalgias, pues de eso está hecha la vida.
Lección Final
Esta última lección está compuesta de siete partes. Siete sugerencias, siete consejos, si se quiere. Nada tienen ellos de imperativo. Pueden, si así lo desean, ignorarlos, olvidarlos, o interpretarlos a su antojo. Creo, sin embargo, que les serán útiles, o, por lo menos, a eso aspiro, no sin cierta ingenuidad.
Esta lección está inspirada en una sola idea: creo que la universidad debe jugar un papel protagónico en la generación y transmisión de la cultura. En mi opinión, la universidad no debe limitarse a ser un agente pasivo en la acumulación de capital humano. La cultura, con todo lo que tiene de inquietante y, por qué no, de inútil, debe ocupar aquí un papel prominente. La creación de la Escuela de Ciencias y Humanidades es un primer paso en esta dirección.
Permítanme pues ofrecerles mis sugerencias, que vuelvo y lo repito, hablan desde la cultura a través de este no muy caro interlocutor.
1.
Mi primera sugerencia es simple. No se tomen muy en serio ni a sí mismos ni a sus proyectos. No es esto una invitación a la irresponsabilidad. No es tampoco una apología a la pereza. Es más bien una posición ontológica que reconoce la insignificancia de nuestros avatares.
Sólo si reconocemos que el mundo puede vivir sin nosotros, que no somos más imprescindibles que la hormiga que se pasea por la pared de nuestro cuarto en una noche de desvelo, sólo entonces estaremos equipados para afrontar las complejidades de la vida de adultos.
Reírse de la vida tiene que convertirse, al menos en mi opinión, en un imperativo. Ello nos permitirá sobrellevar la derrota, nos hará sabios en el triunfo; y, lo que es más importante, nos hará menos egoístas y más conscientes de nuestra posición en el mundo, y, por lo tanto, menos susceptibles a lo mucho de absurdo e irremediable que tiene la vida.
2.
Quiero ahora, parafraseando al poeta Joseph Brodsky, llamar la atención sobre una enfermedad de nuestro tiempo: la tendencia a buscar culpables. La lista es larga y ustedes la conocen: los profesores, el gobierno, el sistema, el jefe, y otros y otras, abstractos y concretos, nacionales y extranjeros.
Mi propuesta es clara: nunca asuman el papel de víctima. Nunca por nada del mundo sucumban ante
la tentación de la autocompasión. Aunque todo parezca venirse abajo y la evidencia sea irrefutable, nunca se digan perdedores. Y si lo hacen, recuerden que si nos decimos libres, sólo nosotros somos culpables por nuestros desafueros.
3.
Esto me lleva a mi tercer punto. Respeten la vida no sólo por lo que tiene de bueno, sino también por lo que tiene de difícil, de complejo.
La razón es obvia: sin lo segundo lo primero carece de sentido, pues como todos ustedes lo saben, la alegría no existe sin la tristeza ni la felicidad sin pesadumbre.
Mi propuesta es clara: los invito no solo a aceptar con entereza las dificultades inherentes de la vida, sino también a buscarlas, y por qué no, a promoverlas. En otras palabras, traten de ser un poco masoquistas, pues sin un toque de masoquismo la vida es incompleta.
Sé que mi propuesta requiere especial esfuerzo pues es difícil resistir el embate del entretenimiento pasivo que domina nuestra cultura, pero recuerden que lo mejor que tiene para ofrecer la vida cuesta trabajo y que si rehusamos hacer el esfuerzo, también rehusamos al goce. Ustedes escogen.
4.
Traten de ser modestos. Recuerden que somos muchos y que muchos de nuestros éxitos vienen a expensas de los fracasos de otros. Aunque soy algo escéptico respecto a los imperativos morales, hay dos que encuentro inaplazables: disfracen sus victorias y recuerden, además, que toda victoria inútil es un crimen.
Cada vez que se sientan superiores y sientan ese impulso de hacérselo saber al mundo, háganlo con dignidad.
Recuerden también que el arrogante cree tener la verdad. Por ello teme al sentido del humor que todo lo relativiza. Esto nos lleva de regreso a mi primer punto: si desarrollamos la capacidad de reírnos de la vida, la arrogancia nunca tocará a nuestra puerta.
5.
De la ética quiero pasar a la estética. Mi sugerencia aquí es enfática: traten de combatir, a más no poder, la vulgaridad del corazón humano. No le hagan el juego a la prensa amarilla. No compren sus mentiras. Ignoren, así sea por un rato, las vicisitudes de la farándula.
Así mismo, traten de evitar los clichés y no sucumban ante los lugares comunes. Hoy en día cuando las ideas han dado paso a los eslogans y el arte al entretenimiento, ello se hace más importante que siempre.
Quiero proponerles que lean siempre, esto no solo los hará más conscientes de la vulgaridad que nos rodea, sino que también, y de ñapa, los hará mejores personas.
6.
Cambiando de tema, mi próxima sugerencia es un poco más práctica. Nunca le apuesten todo al mismo número. No pongan todos los huevos en la misma canasta. No depositen todas sus ilusiones en un solo proyecto. Deseen varias cosas, mientras más disímiles mejor.
Como todos ustedes lo saben, o si no muy pronto lo aprenderán, no siempre todo sale bien. Muchos proyectos fracasan, y muchos sueños nunca se hacen realidad. Por ello nunca sucumban ante las opciones que prometen todo, pero que, a cambio, pueden dejarlos sin nada. La prudencia es siempre el mejor camino, sobre todo si ustedes, como yo, odian la tarea de disculpar ilusiones.
De otro lado, estén preparados para enfrentar la desilusión que siempre acompaña las ilusiones cumplidas. Nuestros sueños siempre prometen más de lo que dan. Como bien lo decía Santa Teresa hace más de 500 años: "se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas".
Así pues, nunca conviertan su vida en una lucha por un único y solo ideal. De allí no hay salida: si no se cumple, mal, y si se cumple, peor.
7.
Mi última sugerencia es simple y más que apropiada para la ocasión. Hagan todo lo necesario por no ignorar a sus padres. Ténganlos en cuenta en sus decisiones y en sus oraciones. Nunca dirijan sus rabietas contra ellos: son un blanco demasiado fácil. Préstenle atención a sus consejos: ellos que han vivido más que ustedes siempre tendrán algo qué decir. La edad, sobra decirlo, confiere cierta perspectiva. Hoy, especialmente, muéstrense agradecidos pues este grado también es de ellos.
Con esto termino, Les deseo la mejor suerte del mundo. Disfruten este día, cultiven buenos recuerdos, alimenten futuras nostalgias, pues de eso está hecha la vida.
martes, 6 de octubre de 2015
La Nueva
Si 20 años no es nada, qué febril la mirada, 10 años son menos que nada, un suspiro. No da para hacer balances aunque los haga, no siento que tenga tampoco muchos aprendizajes para compartir, aunque haya aprendido muchísimo en estos años, pero sí quiero celebrar que este camino me encontró porque me ha dado mucha felicidad.
Pensando en esta fecha recordaba ayer una conversación con mi familia en la sala de mi casa cuando estaba empezando la adolescencia, tendría 11 - 12 años, tal vez, no recuerdo. Estaba hablando con esa vehemencia con la que se habla a esa edad sobre cosas que no entendía: la paz, la guerra y la humanidad. Y recuerdo pensar o decir, no sé bien, que lo que yo necesitaba era un megáfono. Que solo necesitaba que me oyeran para convencer a La Humanidad de que El Amor era el camino. Ese era más o menos mi discurso.
Lo que me pareció bonito de ese recuerdo no fue el discurso, sino el megáfono. Porque sentí que la vida hizo un círculo y encontró un origen. Siempre creí lo que he oído y repetido durante tanto tiempo, que yo no sé qué quiero en la vida, y resulta que siempre he sabido y no lo había valorado, notado, visto, admitido, entendido: un megáfono. Un canal de comunicación. Hoy tengo varios que me sirven distinto y por los que de alguna manera editorializo con los temas o con los enfoques.
Lo que sí es cierto es que aunque lo supiera y no lo pudiera ver, no fui yo la que tomó las decisiones que me trajeron hasta acá. Tal vez la única decisión que fue mía en todo este recorrido fue la de estudiar música. De ahí en adelante todo fue de mano de El Destino y yo solo me limité a decir que sí. Llegué a Radio Nacional por estar en Radio Cóndor a donde me llevó Gabriel Eduardo Jaramillo mi profesor de Historia de la Música a hacer parte del Comité de Programación, primero y de la Dirección, después.
Hacer radio se me parece a cantar. A hacer parte de un coro donde a veces uno es el solista y otras veces, la mayoría, es la voz de apoyo para que sean solistas otros. Y donde hay que seguir un ritmo, dejarse llevar, sentir el paso que van a dar los compañeros, llevar el ritmo, bailar. Como una forma de arte que idealmente debe hacerse con belleza y rigor.
Llevo 10 años y, como siempre yo, me siento La Nueva.
Pensando en esta fecha recordaba ayer una conversación con mi familia en la sala de mi casa cuando estaba empezando la adolescencia, tendría 11 - 12 años, tal vez, no recuerdo. Estaba hablando con esa vehemencia con la que se habla a esa edad sobre cosas que no entendía: la paz, la guerra y la humanidad. Y recuerdo pensar o decir, no sé bien, que lo que yo necesitaba era un megáfono. Que solo necesitaba que me oyeran para convencer a La Humanidad de que El Amor era el camino. Ese era más o menos mi discurso.
Lo que me pareció bonito de ese recuerdo no fue el discurso, sino el megáfono. Porque sentí que la vida hizo un círculo y encontró un origen. Siempre creí lo que he oído y repetido durante tanto tiempo, que yo no sé qué quiero en la vida, y resulta que siempre he sabido y no lo había valorado, notado, visto, admitido, entendido: un megáfono. Un canal de comunicación. Hoy tengo varios que me sirven distinto y por los que de alguna manera editorializo con los temas o con los enfoques.
Lo que sí es cierto es que aunque lo supiera y no lo pudiera ver, no fui yo la que tomó las decisiones que me trajeron hasta acá. Tal vez la única decisión que fue mía en todo este recorrido fue la de estudiar música. De ahí en adelante todo fue de mano de El Destino y yo solo me limité a decir que sí. Llegué a Radio Nacional por estar en Radio Cóndor a donde me llevó Gabriel Eduardo Jaramillo mi profesor de Historia de la Música a hacer parte del Comité de Programación, primero y de la Dirección, después.
Hacer radio se me parece a cantar. A hacer parte de un coro donde a veces uno es el solista y otras veces, la mayoría, es la voz de apoyo para que sean solistas otros. Y donde hay que seguir un ritmo, dejarse llevar, sentir el paso que van a dar los compañeros, llevar el ritmo, bailar. Como una forma de arte que idealmente debe hacerse con belleza y rigor.
Llevo 10 años y, como siempre yo, me siento La Nueva.
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