viernes, 9 de octubre de 2015

Lección Final de Juan Felipe Gaviria Gutiérrez

En estos días conversando con un amigo que también se graduó de Eafit y acordándonos de Juan Felipe Gaviria, que era el rector cuando nos graduamos, recordé este texto que nos entregaron ese día. Este es el discurso que Juan Felipe había dado como Lección Final a los que se graduaron el semestre anterior al nuestro, pero alguien, con razón, vio que el texto merecía ser publicado y entregado a todos los graduandos. Ojalá se los sigan dando.

Lección Final

Esta última lección está compuesta de siete partes. Siete sugerencias, siete consejos, si se quiere. Nada tienen ellos de imperativo. Pueden, si así lo desean, ignorarlos, olvidarlos, o interpretarlos a su antojo. Creo, sin embargo, que les serán útiles, o, por lo menos, a eso aspiro, no sin cierta ingenuidad.

Esta lección está inspirada en una sola idea: creo que la universidad debe jugar un papel protagónico en la generación y transmisión de la cultura. En mi opinión, la universidad no debe limitarse a ser un agente pasivo en la acumulación de capital humano. La cultura, con todo lo que tiene de inquietante y, por qué no, de inútil, debe ocupar aquí un papel prominente. La creación de la Escuela de Ciencias y Humanidades es un primer paso en esta dirección.

Permítanme pues ofrecerles mis sugerencias, que vuelvo y lo repito, hablan desde la cultura a través de este no muy caro interlocutor.

1. 

Mi primera sugerencia es simple. No se tomen muy en serio ni a sí mismos ni a sus proyectos. No es esto una invitación a la irresponsabilidad. No es tampoco una apología a la pereza. Es más bien una posición ontológica que reconoce la insignificancia de nuestros avatares.

Sólo si reconocemos que el mundo puede vivir sin nosotros, que no somos más imprescindibles que la hormiga que se pasea por la pared de nuestro cuarto en una noche de desvelo, sólo entonces estaremos equipados para afrontar las complejidades de la vida de adultos.

Reírse de la vida tiene que convertirse, al menos en mi opinión, en un imperativo. Ello nos permitirá sobrellevar la derrota, nos hará sabios en el triunfo; y, lo que es más importante, nos hará menos egoístas y más conscientes de nuestra posición en el mundo, y, por lo tanto, menos susceptibles a lo mucho de absurdo e irremediable que tiene la vida.

2. 

Quiero ahora, parafraseando al poeta Joseph Brodsky, llamar la atención sobre una enfermedad de nuestro tiempo: la tendencia a buscar culpables. La lista es larga y ustedes la conocen: los profesores, el gobierno, el sistema, el jefe, y otros y otras, abstractos y concretos, nacionales y extranjeros.

Mi propuesta es clara: nunca asuman el papel de víctima. Nunca por nada del mundo sucumban ante
la tentación de la autocompasión. Aunque todo parezca venirse abajo y la evidencia sea irrefutable, nunca se digan perdedores. Y si lo hacen, recuerden que si nos decimos libres, sólo nosotros somos culpables por nuestros desafueros.

3.

Esto me lleva a mi tercer punto. Respeten la vida no sólo por lo que tiene de bueno, sino también por lo que tiene de difícil, de complejo.

La razón es obvia: sin lo segundo lo primero carece de sentido, pues como todos ustedes lo saben, la alegría no existe sin la tristeza ni la felicidad sin pesadumbre.

Mi propuesta es clara: los invito no solo a aceptar con entereza las dificultades inherentes de la vida, sino también a buscarlas, y por qué no, a promoverlas. En otras palabras, traten de ser un poco masoquistas, pues sin un toque de masoquismo la vida es incompleta.

Sé que mi propuesta requiere especial esfuerzo pues es difícil resistir el embate del entretenimiento pasivo que domina nuestra cultura, pero recuerden que lo mejor que tiene para ofrecer la vida cuesta trabajo y que si rehusamos hacer el esfuerzo, también rehusamos al goce. Ustedes escogen.

4.

Traten de ser modestos. Recuerden que somos muchos y que muchos de nuestros éxitos vienen a expensas de los fracasos de otros. Aunque soy algo escéptico respecto a los imperativos morales, hay dos que encuentro inaplazables: disfracen sus victorias y recuerden, además, que toda victoria inútil es un crimen.

Cada vez que se sientan superiores y sientan ese impulso de hacérselo saber al mundo, háganlo con dignidad.

Recuerden también que el arrogante cree tener la verdad. Por ello teme al sentido del humor que todo lo relativiza. Esto nos lleva de regreso a mi primer punto: si desarrollamos la capacidad de reírnos de la vida, la arrogancia nunca tocará a nuestra puerta.

5. 

De la ética quiero pasar a la estética. Mi sugerencia aquí es enfática: traten de combatir, a más no poder, la vulgaridad del corazón humano. No le hagan el juego a la prensa amarilla. No compren sus mentiras. Ignoren, así sea por un rato, las vicisitudes de la farándula.

Así mismo, traten de evitar los clichés y no sucumban ante los lugares comunes. Hoy en día cuando las ideas han dado paso a los eslogans y el arte al entretenimiento, ello se hace más importante que siempre.

Quiero proponerles que lean siempre, esto no solo los hará más conscientes de la vulgaridad que nos rodea, sino que también, y de ñapa, los hará mejores personas.

6. 

Cambiando de tema, mi próxima sugerencia es un poco más práctica. Nunca le apuesten todo al mismo número. No pongan todos los huevos en la misma canasta. No depositen todas sus ilusiones en un solo proyecto. Deseen varias cosas, mientras más disímiles mejor.

Como todos ustedes lo saben, o si no muy pronto lo aprenderán, no siempre todo sale bien. Muchos proyectos fracasan, y muchos sueños nunca se hacen realidad. Por ello nunca sucumban ante las opciones que prometen todo, pero que, a cambio, pueden dejarlos sin nada. La prudencia es siempre el mejor camino, sobre todo si ustedes, como yo, odian la tarea de disculpar ilusiones.

De otro lado, estén preparados para enfrentar la desilusión que siempre acompaña las ilusiones cumplidas. Nuestros sueños siempre prometen más de lo que dan. Como bien lo decía Santa Teresa hace más de 500 años: "se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas".

Así pues, nunca conviertan su vida en una lucha por un único y solo ideal. De allí no hay salida: si no se cumple, mal, y si se cumple, peor.

7. 

Mi última sugerencia es simple y más que apropiada para la ocasión. Hagan todo lo necesario por no ignorar a sus padres. Ténganlos en cuenta en sus decisiones y en sus oraciones. Nunca dirijan sus rabietas contra ellos: son un blanco demasiado fácil. Préstenle atención a sus consejos: ellos que han vivido más que ustedes siempre tendrán algo qué decir. La edad, sobra decirlo, confiere cierta perspectiva. Hoy, especialmente, muéstrense agradecidos pues este grado también es de ellos.

Con esto termino, Les deseo la mejor suerte del mundo. Disfruten este día, cultiven buenos recuerdos, alimenten futuras nostalgias, pues de eso está hecha la vida.

6 comentarios:

S E B A S T I A N G O M E Z dijo...

¡Qué cosa tan bacana! Yo no sabía que vos, Ana, eras eafitense. Muy oportuno ese textico. Sencillo y puntual.

Ana María Mesa Villegas dijo...

Imaginate. Viví allá 6 años y medio cuando la Universidad era mucho menos entretenida y bacana de lo que la volvió Juan Felipe, él acababa de llegar.

Apelaez dijo...

Puntero derecho se sabía ese discurso de memoria

Ana María Mesa Villegas dijo...

Ese es el amigo que también se graduó de Eafit con el que estaba comentando.

LaCaballero dijo...

Muy muy bacano el texto. Gracias!!

Jorge dijo...

Qué bueno eso, es muy escaso encontrar un buen discurso de grado. Me parece que los que no pecan por fríos, pecan por cursis.