Cuando estaba en el colegio nos hicieron un test de personalidad y entre todas las cosas nos preguntaron si nos sentíamos la oveja negra de la familia. Yo contesté que sí porque mi hermana es perfecta y yo soy yo. Irresponsable, desordenada, descuidada, desconsiderada, despistada, nosabequéquieredelavida, nosabedóndeestáparada, en fin...
Cuando conté en mi casa que había respondido eso me sorprendió la reacción de mis papás, muy preocupados con que yo me sintiera de esa manera, cuando a mí me parecía que sobre eso había consenso. Pensaba que estábamos todos de acuerdo.
No sé qué significaba para ellos ser la oveja negra de la familia, pero si hoy me vuelven a preguntar vuelvo a contestar que en mi casa soy yo porque me ha costado mucho más trabajo que a mi hermana ubicarme en la vida, encontrar ese lugar del mundo que nos corresponde a cada uno; que quiere decir saber cómo me voy a sostener a mí misma y poder responder por mí. Aunque soy independiente hace mucho tiempo y cada vez más, parece que tanta independencia tampoco es de ovejas blancas.
Yo no sé, no entiendo bien, qué se espera de uno. Pero quizá los hermanos ovejas negras, que no resultamos definitivamente malas personas, tengamos la fortuna de la libertad. Lo que de mí se espera no me condiciona, se espera que sorprenda, muchas cosas caben en esa categoría, y yo no he dejado de defraudar.