No me gusta que me digan que la Cultura no se concibe a si misma como una empresa con la urgencia de generar sus propios recursos y ser autosostenible. No me gusta por lo que tiene de falso, ni por lo que tiene de cierto.
Como no sé si seré capaz de llevarlos hasta el final de esta nota, voy empezar a hablar sobre lo que tiene de falso, que es lo que más me preocupa. Y con seguridad lo que hará que muchos efectivamente abandonen la lectura y no lleguen a leer los párrafos en los que, desde mi punto de vista, les daré la razón.
Es falso, porque en esa frase que repiten todos nuestros sabios gerentes, administradores, directores financieros y economicistas hay una concepción muy pobre sobre lo que abarca el término “cultura” y para no aburrirlos diré simplemente que esta es mucho más que las manifestaciones artísticas que entretienen a un público. El arte es apenas una de las expresiones de la cultura. Entonces, cuando decimos que la cultura no genera riqueza se está desconociendo que la riqueza, mucha o poca, circula en ambientes culturales y que está demostrado que en espacios donde se promueve, estimula y se aprecia la cultura en su integralidad hay más probabilidades de que la riqueza se mantenga y se incremente. Para ejemplos los países más ricos y los países más pobres, así como las familias más ricas y las familias más pobres. No es que una vez que sobren recursos se pueda invertir en la cultura como un bien suntuario, es que la inversión en cultura nos lleva a niveles de riqueza donde sobran recursos para bienes suntuarios, que no lo es la cultura.
Esta frase, “la cultura no se piensa como empresa”, suele venir acompañada de desidia y desinterés de esos grandes sabios de la economía, a los que no les da pena decir de sí mismos que son muy incultos, que no leen, que no oyen música, que no van a conciertos, que no van a exposiciones… Dos anécdotas: estando en una reunión con algunos personajes muy importantes de la ciudad, todos muy queridos y, contándoles acerca del Proyecto de Desarrollo Sinfónico, uno de ellos me preguntó que si la gente si iba a los conciertos de la Orquesta, ya que, de acuerdo con sus palabras, la música clásica es para una élite que en Manizales es escasa… la pregunta fue contestada por alguien que estaba en esa reunión, quien no contestó como lo hizo porque hubiera ido conmigo, sino porque conoce y porque ha estado metida en el sector cultural de la ciudad desde siempre… su respuesta fue: lo que pasa es que nosotros, que somos la élite, somos los que no asistimos y no nos damos cuenta de la cantidad de gente que sí asiste a los conciertos de la Orquesta Sinfónica. Y es verdad, nuestros dirigentes, algunos de ellos hijos o nietos de personas cultísimas, que valoraban esas expresiones artísticas y que muchas veces eran ellos mismos actores culturales, son apáticos y desconocedores. La otra anécdota: en reunión con uno de los empresarios de la ciudad que trabaja en el sector público, en la que yo estaba contándole acerca del Proyecto de Desarrollo Sinfónico, en un momento de la conversación en la que él estaba haciendo alarde de su incultura, me dijo que él prefería que su hijo le saliera marihuanero a músico. Y no voy a hablar mal de los marihuaneros, ya que ésta es simplemente otra manifestación cultural. Pero sí me quedó muy claro, cual era en el imaginario de mi interlocutor, el valor que tenía el arte. Por supuesto, no hubo ningún tipo de alianza posible.
Son solo dos ejemplos, tal vez sean de los más crudos o tal vez no, pero lo que si creo es que evidencian una situación que me atrevo a decir, no es tan particular.
Comunicarse cuando la distancia conceptual es tan grande es complicado y aunque “vender” asuntos culturales como si fueran bombones, no es ni mucho menos buena idea, ni procedente, ni justo con la importancia que tienen esos asuntos, es también válido recordar lo que dice Canclini sobre esto: “como la religión, la cultura suele ser un espacio respetado, pero al echarla a un sancta sanctorum, no se la puede tratar como lo que es: una expresión humana, espacio de contradicciones sociales y con aspectos de tosca materialidad” (subrayado mío). Por lo tanto, creo que el discurso tiene que encontrar un puente de unión, entre “vendedores” y “compradores”. No es una tarea fácil, pero tampoco puede ser tan difícil.
Comunicarse cuando la distancia conceptual es tan grande es complicado y aunque “vender” asuntos culturales como si fueran bombones, no es ni mucho menos buena idea, ni procedente, ni justo con la importancia que tienen esos asuntos, es también válido recordar lo que dice Canclini sobre esto: “como la religión, la cultura suele ser un espacio respetado, pero al echarla a un sancta sanctorum, no se la puede tratar como lo que es: una expresión humana, espacio de contradicciones sociales y con aspectos de tosca materialidad” (subrayado mío). Por lo tanto, creo que el discurso tiene que encontrar un puente de unión, entre “vendedores” y “compradores”. No es una tarea fácil, pero tampoco puede ser tan difícil.
Y aquí conecto lo que esa frase en mi criterio tiene de cierto, que me molesta que me lo mencionen, como le molesta a uno que le estén recordando sus defectos.
Por un lado, creo que el lenguaje con el que el sector ha venido promoviendo sus proyectos es errado: hablamos de la ponchera, de solicitar ayudas, colaboraciones, vinculaciones, donaciones… desde que llegamos a una cita para contar el cuento de la música, del teatro, de la danza, de la poesía, de la pintura, de la literatura, de la cultura ciudadana, de la diversidad, de la inclusión y aunque llevemos una propuesta atractiva comercialmente, la exponemos como caridad. Nuestra fama nos precede. Si no llegamos advirtiendo que lo que vamos a tratar es una oportunidad comercial que tiene beneficios para todos los involucrados, nuestros interlocutores presumen que vamos por una “ayudita” y aún advirtiéndolo tenemos que demostrar que lo que estamos diciendo es cierto y nuestras propuestas son sometidas la los más rigurosos exámenes de efectividad comercial. Tenemos que dejar de hablar en esos términos, o de lo contrario seguiremos dando argumentos para que nos sigan haciendo ese reclamo. Y cuando cambiemos el discurso, es bueno ir metiendo los conceptos culturales en su integralidad, esta parte sí exige más de nosotros. Primero, hay que tenerlo claro, y segundo hay que saberlo exponer, por lo que en conclusión es necesaria una cualificación de los gestores del sector, asunto que ha sido en buena hora atendido por la Universidad Nacional.
Por otro lado, tenemos que empezar a cuantificar la autogestión… todas las cosas que hacemos para buscar ser más eficientes con los recursos económicos, que son escasos, tienen un valor… si Usted es el contador, el publicista, el jefe de prensa, el que organiza la logística, el abogado, el que lleva los tintos, el que trapea, si hace presentaciones, talleres, conferencias, conversatorios, recitales, conciertos, capacitaciones, diálogos públicos y estos son gratuitos y después de todo eso le queda tiempo para impulsar proyectos que necesitan la vinculación de los organismos de gobierno y de la empresa privada, eso suma como autogestión y hay que hacerlo ver. Eso no es para nada ideal ni deseable y hay que cambiarlo, porque para eso hay perfiles para cada cargo, pero mientras se haga, hay que valorarlo, porque si no lo hiciera Usted, a la entidad cultural, mucho le costaría.
Y por último y más importante, la vinculación de los públicos que hemos ido formando tiene que empezarse a ver como un respaldo real de nuestros proyectos. La ciudad de Manizales, a la que no nos cansaremos de agradecer por la importante muestra de respaldo que le dio al Proyecto de Desarrollo Sinfónico el 11 de junio pasado y que demostró que sí le importan estos espacios tiene que dejar de asistir a todo gratuitamente y hacer parte de la contribución real que estos necesitan; llenar los escenarios es siempre importante, porque finalmente ese es el máximo indicador del impacto de nuestros esfuerzos.
No quiero recorrer el texto aclarando que siempre que hablo de cultura, lo hago en términos integrales, que cuando hablo de entidades culturales me refiero no solo a las que promueven las manifestaciones artísticas sino a las que además se interesan por los demás quehaceres que la componen, que cuando hablo de escenarios no me refiero solo a los teatros o auditorios, sino a toda la ciudad, a todos los actores que somos todos los que vivimos en Manizales, porque todos somos actores culturales. No quiero hacerlo, pero esta precisión al final sirve para volver a pensar lo que he dicho y recordarme a mi misma, que no estoy hablando solo de arte, ni solo de la música, ni solamente de mi como pretensiosa cantante… e intentar de paso, con cariño y respeto, recordárselo a Usted que logró acompañarme hasta acá.
Publicado en Lumina Spargo, Periódico de la Universidad de Caldas, Diciembre 2009 N°84