Y como todo lo que hago, a mi nadie me ha llevado de cabestro. Ahí estoy de pies y manos viendo cómo hago para salir con gracia y dignidad, la que no me importa tanto, porque primero está la nobleza antes que la otra y luego, pero también antes, está lo que siento que muchas veces no es tan digno.
Con otra experiencia... con otra historia bonita... con otro bonito recuerdo... que me construye, que me llena de algo que quisiera que fuera parecido a la sabiduría...
Y que por ahora sólo llora...
martes, 30 de noviembre de 2010
sábado, 27 de noviembre de 2010
Mi llanto
Hay llantos de llantos. Llantos como el de Pili: mucho, doloroso. Llantos como el de Jairo: poco (con los años un poco más), sensible. Llantos como el mío: mucho, sensible... lo que se hereda. Y me hace pasar unas vergüenzas terribles.
Recién llegada a mi actual trabajo y revisando el contenido general de lo que hacemos, me dio por proponer una idea que me llenaba de emoción. La reunión en la que mencioné la propuesta estaba presidida por Hernán Arango Uribe, un señor de la edad de mi papá que, luego me he dado cuenta, es tan sensible como yo, pero se controla mejor, un paisa recio. Yo empecé bien: otros temas, otros asuntos... y luego mi propuesta... y mi llanto. Asistían a la reunión varios compañeros de trabajo, todos personas de 8 a 12 y de 2 a 6, que me miraban aterrados como preguntándose 'qué le pasará a esta niña que exponiendo un asunto tan cotidiano no puede parar de llorar'. Y es que me da mucho trabajo. Pocas veces he tenido la necesidad de contenerme y esa contención debe funcionar como cualquier músculo: si no se usa se atrofia. Yo exponía mi idea, lloraba y pedía disculpas por emocionarme. Don Hernán me decía que "tranquila niña", y yo decía que estaba tranquila, pero que no podía parar de llorar, que era emoción y que la emoción me sobrecogía. Vergonzoso.
Don Hernán como digo, resultó parecido a mi en eso. Le gustó la idea y la pusimos a funcionar. Pero en otro escenario esa manera de manifestar mis emociones hubiera arruinado el futuro de cualquier propuesta, porque el llanto le resta a uno credibilidad. He entendido eso y cada que lloro en circunstancias parecidas digo lo mismo: Que yo me emocione y que esto me llene de pasión, no le quita verdad / seriedad / importancia / etc. a lo que estoy diciendo... o algo así... siempre digo lo mismo... a ver si la gente es capaz de oírme por encima del llanto y de pararle bolas a lo que digo, porque definitivamente ha resultado más fácil eso que no llorar.
En otra oportunidad hicimos en la oficina una actividad de esas que empiezan con que la gente dice su nombre y qué expectativas tiene frente a la misma... no me gustan ni cinco esas cosas, pero participo porque yo quedé bien educada. En esa ocasión, no sé por qué la gente empezó con unas intervenciones llenas de emotividad; estoy segura de que el moderador no lo pidió así, pero una vez que el primero a la derecha habló de su familia y de la importancia que para él tenía alguna cosa trascendente, todos la cogieron por ahí... yo tuve la desgracia ese día de ser la última en intervenir y para cuando el turno me tocó a mi, yo estaba absolutamente sensibilizada... no dije ni una cosa coherente, creo que les dije a todos que admiraba su honestidad y su talante, cualquier ridiculez como esa y, sobre mi, sé que alcancé a decir que era muy sensible y que qué pena, cosa que no necesitaba decirse porque quedó clarísima en la gráfica. El oso del siglo delante de un montón de recién conocidos con los que he tenido que seguirme viendo durante estos años. Creo que me saludan con miedo de que yo rompa en llanto, o para que no lo haga, no sé.
Solamente una vez, durante una temporada, estuve sin llorar varios meses seguidos. Tenía 20 años y era la segunda vez que iba a donde un psiquiatra. A mi, que así como lloro me río, la especialista me mandó Prozac. Fue como si me hubieran cerrado el desagüe. Las escenas más conmovedoras en las películas más tristes y yo me reía. Los corrillos en la Universidad para oírme a mi contando chistes (con humildad, no exagero). No recuerdo extrañar el llanto, pero lo que sí recuerdo son las miradas desconcertadas de mis amigos ante mis reacciones que no eran coherentes con lo que sucedía a mi alrededor.
A pesar de lo vergonzoso que ha resultado en algunas ocasiones y a que si me toca hablar en público es posible que yo termine llorando por cualquier bobada, como les consta a mis compañeros de canto, me prefiero así.
Prefiero que cuando me duela en cada lágrima se vaya un poquito de dolor, antes que quedarme contenida con tantas cosas que siento... siento mucho, lloro mucho... y en compensación he sido muy feliz o muy alegre (una de las dos cosas o ambas, no sé). Mucho. Para qué.
Recién llegada a mi actual trabajo y revisando el contenido general de lo que hacemos, me dio por proponer una idea que me llenaba de emoción. La reunión en la que mencioné la propuesta estaba presidida por Hernán Arango Uribe, un señor de la edad de mi papá que, luego me he dado cuenta, es tan sensible como yo, pero se controla mejor, un paisa recio. Yo empecé bien: otros temas, otros asuntos... y luego mi propuesta... y mi llanto. Asistían a la reunión varios compañeros de trabajo, todos personas de 8 a 12 y de 2 a 6, que me miraban aterrados como preguntándose 'qué le pasará a esta niña que exponiendo un asunto tan cotidiano no puede parar de llorar'. Y es que me da mucho trabajo. Pocas veces he tenido la necesidad de contenerme y esa contención debe funcionar como cualquier músculo: si no se usa se atrofia. Yo exponía mi idea, lloraba y pedía disculpas por emocionarme. Don Hernán me decía que "tranquila niña", y yo decía que estaba tranquila, pero que no podía parar de llorar, que era emoción y que la emoción me sobrecogía. Vergonzoso.
Don Hernán como digo, resultó parecido a mi en eso. Le gustó la idea y la pusimos a funcionar. Pero en otro escenario esa manera de manifestar mis emociones hubiera arruinado el futuro de cualquier propuesta, porque el llanto le resta a uno credibilidad. He entendido eso y cada que lloro en circunstancias parecidas digo lo mismo: Que yo me emocione y que esto me llene de pasión, no le quita verdad / seriedad / importancia / etc. a lo que estoy diciendo... o algo así... siempre digo lo mismo... a ver si la gente es capaz de oírme por encima del llanto y de pararle bolas a lo que digo, porque definitivamente ha resultado más fácil eso que no llorar.
En otra oportunidad hicimos en la oficina una actividad de esas que empiezan con que la gente dice su nombre y qué expectativas tiene frente a la misma... no me gustan ni cinco esas cosas, pero participo porque yo quedé bien educada. En esa ocasión, no sé por qué la gente empezó con unas intervenciones llenas de emotividad; estoy segura de que el moderador no lo pidió así, pero una vez que el primero a la derecha habló de su familia y de la importancia que para él tenía alguna cosa trascendente, todos la cogieron por ahí... yo tuve la desgracia ese día de ser la última en intervenir y para cuando el turno me tocó a mi, yo estaba absolutamente sensibilizada... no dije ni una cosa coherente, creo que les dije a todos que admiraba su honestidad y su talante, cualquier ridiculez como esa y, sobre mi, sé que alcancé a decir que era muy sensible y que qué pena, cosa que no necesitaba decirse porque quedó clarísima en la gráfica. El oso del siglo delante de un montón de recién conocidos con los que he tenido que seguirme viendo durante estos años. Creo que me saludan con miedo de que yo rompa en llanto, o para que no lo haga, no sé.
Solamente una vez, durante una temporada, estuve sin llorar varios meses seguidos. Tenía 20 años y era la segunda vez que iba a donde un psiquiatra. A mi, que así como lloro me río, la especialista me mandó Prozac. Fue como si me hubieran cerrado el desagüe. Las escenas más conmovedoras en las películas más tristes y yo me reía. Los corrillos en la Universidad para oírme a mi contando chistes (con humildad, no exagero). No recuerdo extrañar el llanto, pero lo que sí recuerdo son las miradas desconcertadas de mis amigos ante mis reacciones que no eran coherentes con lo que sucedía a mi alrededor.
A pesar de lo vergonzoso que ha resultado en algunas ocasiones y a que si me toca hablar en público es posible que yo termine llorando por cualquier bobada, como les consta a mis compañeros de canto, me prefiero así.
Prefiero que cuando me duela en cada lágrima se vaya un poquito de dolor, antes que quedarme contenida con tantas cosas que siento... siento mucho, lloro mucho... y en compensación he sido muy feliz o muy alegre (una de las dos cosas o ambas, no sé). Mucho. Para qué.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Qué pereza tanto genio
Sí, muy chévere un tipo inteligente, creativo, curioso, inquieto, trascendente, denso, coherente y contradictorio, que me aporte nuevas miradas y perspectivas sobre lo cotidiano de la vida...
Y que sea capaz de quitarse cualquier capa de "intelectualidad", hacerme cosquillas, reírse de nada y hacer el amor sin pensar.
Y que sea capaz de quitarse cualquier capa de "intelectualidad", hacerme cosquillas, reírse de nada y hacer el amor sin pensar.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Vámonos
Lejos, a vivir a esa foto llena de chamizos, a ese sitio donde las estaciones secan todos los recuerdos, lejos, donde no importe ni el pasado ni las heridas que causamos, lejos, donde los reclamos de los que dejamos no nos causen ni nostalgias ni culpabilidades, lejos.
Lejos, a esa foto amarilla, que se siente nostálgica sin ser pasado, que se siente nostálgica porque es un futuro que no tendremos.
Lejos, a esa foto amarilla, que se siente nostálgica sin ser pasado, que se siente nostálgica porque es un futuro que no tendremos.
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