Cuando estaba en Medellín estudiando en la Universidad teníamos un amigo al que le decíamos Gallina. Era la época de los beepers y el teléfono fijo. Cuando terminábamos de estudiar, o salíamos de rumba, o por cualquier motivo nos despedíamos tarde y teníamos que irnos cada uno para su casa por separado, Gallina tenía la costumbre de ponerle un mensaje al beeper de una amiga en el que le decía "plumas en el nido" que eran las palabras clave para saber que ya estaba bien en su casa. Ella me llamaba a mí o yo la llamaba a ella y así con todos los amigos, hasta que todos sabíamos que no faltaba ninguno por llegar a la casa... Eso se nos pegó, nunca se me olvidó y ahora lo uso en twitter para decir que estoy metida debajo de mis cobijas.
No se me ocurrió a mí y siempre pensé que la frase era transparente, pero parece que falta que yo tenga apodo de ave plumífera para que la cosa acaba de cuajar porque cada rato me preguntan que eso qué significa y hasta hubo uno que me dijo que googleo la expresión para saber si tenía origen literario y no.
Ahí les cuento de dónde salió de eso.
miércoles, 29 de agosto de 2012
lunes, 13 de agosto de 2012
El hámster
Al hásmter lo encontré muerto un martes. Ese lunes había sido festivo. Lo encontré en el lócker oscuro y frío en el que lo puse a vivir después de buscarle sin éxito un hogar y porque a mis 12 años (sí, es disculpa) no encontré nada más qué hacer con él.
Cuando en los colegios todavía se usaba abrir animales para, dizque, saber cómo funcionaban los organismos vivos nos pidieron llevar una rata de laboratorio para hacer lo debido en la categoría "mamíferos"; lo que ya habíamos hecho en la categoría "anfibios" con una rana que me pareció llena de nada por dentro. Cualquiera que hubiera visto una maqueta hecha por alguna de las niñas de séptimo grado de mi colegio podía concluir fácilmente que no teníamos ni idea de usar un bisturí. Así quedó la rana, un masato de sangre y lo que sea que tengan las ranas por dentro.
Con mi mamá buscamos mucho y no encontramos en todo Manizales al proveedor de ratas de laboratorio, lo único que pudimos hacer fue comprar un hámster en el Ley de Sancancio que en esa época tenía una sección de animales en la que también vendían tortugas.
Compré una mascota para disecarla. Un animal tierno para matarlo en clase de biología el lunes a las 10 de la mañana. No me sentía muy bien al respecto. Seguramente yo lo que quería era un animalito y encontré la excusa perfecta para comprarlo. Sin embargo, lo llevé el lunes al colegio a clase de biología, tenía que hacer la patraña completa. De esta parte no estoy muy segura, yo creo que sí tenía intenciones de ofrecerlo a la ciencia y no pude.
Marcela Muñoz fue la única, en un salón de 15 niñas, que encontró al proveedor de ratas de laboratorio. Mary la profesora, estaba muy brava porque solamente dos niñas habíamos hecho la tarea de llevar una pobre víctima a la clase, así que nos tocaría agruparnos para ver un corazón diminuto, un estómago diminuto y demás cosas que traemos adentro los mamíferos en tamaño reducido como si matando una cosa llena de presas chiquitas la muerte se presentara también disminuida.
La rata era linda, blanca inmaculada. Muerte por formol. Poco formol, Mary calculó mal. La rata adentro de una campana de vidrio. La rata intentaba subir a la parte más alta. La rata se empinaba. La rata abría la boca todo lo que podía intentando obtener algo de aire limpio. La rata sufría y no se moría. La rata chillaba. No vi nada más. Cogí mi hamster y me fui a llorarle al capellán.
Le dije al cura que yo no iba a permitir que nada le pasara a ese hámster, que Mary me podía poner un uno, un cero o lo que quisiera, pero que yo lo iba a salvar. Tenía un problema fundamental para mi causa: mi mamá no me lo dejaría tener en la casa. Mi mamá ama el orden y la limpieza. Me compró el hámster porque estaba segura de que yo lo iba a matar. Si lo llevaba a la casa lo mataría ella. Él se ofreció a llevárselo para el hogar de los sacerdotes del Opus Dei en Manizales. San Francisco de Asis, la bondad existía.
A la semana siguiente me entregó el hámster. Ya no podía tenerlo más. La rectora del colegio se enteró del asunto y estuvo otra semana en su casa. Pero luego de eso el hámster volvió otra vez a mí y a mis problemas para tomar decisiones. Lo llevé a la casa. No. Mi mamá no me dejó tenerlo ahí. Me lo llevé para el colegio. Dónde lo pongo mientras tanto...
En el lócker vivió cerca de un mes al cabo del cual me dañó todos los libros y se cagó y orinó en todas las cosas. Me lo merecía. Me merecía algo peor. El martes cuando llegué y lo encontré muerto lloré mucho por no haber hecho lo que debí haber hecho: soltarlo. Seguramente se hubiera muerto tarde o temprano, incluso tal vez más temprano que tarde, pero se hubiera muerto suelto y no atrapado en un coco metálico donde lo puse yo por creer que conmigo estaría mejor que suelto. Por boba. Por creerme la Dian Fossey de los hámsters. Porque la naturaleza mejor sola que con nosotros.
Por eso veo una araña en el baño y no intervengo para nada. El hámster no tuvo ni nombre, lo boté en un basurero. Nunca me he sentido peor ser humano.
Cuando en los colegios todavía se usaba abrir animales para, dizque, saber cómo funcionaban los organismos vivos nos pidieron llevar una rata de laboratorio para hacer lo debido en la categoría "mamíferos"; lo que ya habíamos hecho en la categoría "anfibios" con una rana que me pareció llena de nada por dentro. Cualquiera que hubiera visto una maqueta hecha por alguna de las niñas de séptimo grado de mi colegio podía concluir fácilmente que no teníamos ni idea de usar un bisturí. Así quedó la rana, un masato de sangre y lo que sea que tengan las ranas por dentro.
Con mi mamá buscamos mucho y no encontramos en todo Manizales al proveedor de ratas de laboratorio, lo único que pudimos hacer fue comprar un hámster en el Ley de Sancancio que en esa época tenía una sección de animales en la que también vendían tortugas.
Compré una mascota para disecarla. Un animal tierno para matarlo en clase de biología el lunes a las 10 de la mañana. No me sentía muy bien al respecto. Seguramente yo lo que quería era un animalito y encontré la excusa perfecta para comprarlo. Sin embargo, lo llevé el lunes al colegio a clase de biología, tenía que hacer la patraña completa. De esta parte no estoy muy segura, yo creo que sí tenía intenciones de ofrecerlo a la ciencia y no pude.
Marcela Muñoz fue la única, en un salón de 15 niñas, que encontró al proveedor de ratas de laboratorio. Mary la profesora, estaba muy brava porque solamente dos niñas habíamos hecho la tarea de llevar una pobre víctima a la clase, así que nos tocaría agruparnos para ver un corazón diminuto, un estómago diminuto y demás cosas que traemos adentro los mamíferos en tamaño reducido como si matando una cosa llena de presas chiquitas la muerte se presentara también disminuida.
La rata era linda, blanca inmaculada. Muerte por formol. Poco formol, Mary calculó mal. La rata adentro de una campana de vidrio. La rata intentaba subir a la parte más alta. La rata se empinaba. La rata abría la boca todo lo que podía intentando obtener algo de aire limpio. La rata sufría y no se moría. La rata chillaba. No vi nada más. Cogí mi hamster y me fui a llorarle al capellán.
Le dije al cura que yo no iba a permitir que nada le pasara a ese hámster, que Mary me podía poner un uno, un cero o lo que quisiera, pero que yo lo iba a salvar. Tenía un problema fundamental para mi causa: mi mamá no me lo dejaría tener en la casa. Mi mamá ama el orden y la limpieza. Me compró el hámster porque estaba segura de que yo lo iba a matar. Si lo llevaba a la casa lo mataría ella. Él se ofreció a llevárselo para el hogar de los sacerdotes del Opus Dei en Manizales. San Francisco de Asis, la bondad existía.
A la semana siguiente me entregó el hámster. Ya no podía tenerlo más. La rectora del colegio se enteró del asunto y estuvo otra semana en su casa. Pero luego de eso el hámster volvió otra vez a mí y a mis problemas para tomar decisiones. Lo llevé a la casa. No. Mi mamá no me dejó tenerlo ahí. Me lo llevé para el colegio. Dónde lo pongo mientras tanto...
En el lócker vivió cerca de un mes al cabo del cual me dañó todos los libros y se cagó y orinó en todas las cosas. Me lo merecía. Me merecía algo peor. El martes cuando llegué y lo encontré muerto lloré mucho por no haber hecho lo que debí haber hecho: soltarlo. Seguramente se hubiera muerto tarde o temprano, incluso tal vez más temprano que tarde, pero se hubiera muerto suelto y no atrapado en un coco metálico donde lo puse yo por creer que conmigo estaría mejor que suelto. Por boba. Por creerme la Dian Fossey de los hámsters. Porque la naturaleza mejor sola que con nosotros.
Por eso veo una araña en el baño y no intervengo para nada. El hámster no tuvo ni nombre, lo boté en un basurero. Nunca me he sentido peor ser humano.
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