Justificarse. Buscar un lugar en el mundo. Encajar. Encontrar a la gente que es como uno. Defender lo que uno es sin atacar a los demás, sin que se sientan atacados. Narrar su propia historia. Reivindicarse. Explicarse. Entenderse. ¿Yo por qué hago lo que hago?
Parece que uno puede ser Chavela Vargas siempre y cuando tenga 70 años. Siempre fue tan libre. Tuvo miles de amantes. Y la condena a la soledad que le dejó esa libertad.
¿Tenemos que esperar a tener 70 años para hablar sobre la vida que estamos viviendo ya?
Parece también que lo que molesta no es que uno haga cualquier cosa: tener varias parejas sexuales, involucrarse con gente que tiene otros compromisos, ser el o la amante. Nada de eso es raro, sucede todos los días. Lo que molesta es proclamarlo, aceptarlo, asumirlo, ¿defenderlo?
Para defenderlo habría que decir que está bien. No quiero decir que está bien. No quiero caer en el juicio moral.
La libertad que condenó a Chavela a la soledad no fue la de vivir su vida como ella quisiera, sino la de hablar sobre eso sin hacerse a sí misma un juicio moral. Por no llevarlo con culpa. Tan rara, tan peligrosa esa manera tan libre de amar.
¿Nos tenemos que defender?
De lo que quiero hablar es del amor. O el amor no puede categorizarse o no estamos reconociendo todas las categorías. Una de dos.
Yo me enamoro siempre. Siempre. Y quiero que las cosas trasciendan siempre. En cada nueva relación en la que me involucro quisiera encontrar el amor. Lo que me cuesta reconocer es la forma que quisiera que tomara el amor; en general he preferido la amistad. Y lo que no se me da son esas formas que ya están narradas, esas categorías para las que uno descarga un protocolo ya establecido. Tan cómodas, tan convencionales, tan mira que te quiero presentar a mi mamá.
Reconocer que existen otras formas parece incómodo, los que hemos sido amantes no hablamos de eso, esa es una categoría inferior, "respétense, no sean plato de segunda mesa", menospreciando amores hermosos que suceden en ese lugar oscuro, íntimo, privado, secreto.
Grandes historias de amor que pueden ser narradas cuando los protagonistas tienen 70 años, cuando sale la biografía no autorizada, y ya todos están por encima del bien y del mal.
Pero el amor siempre lo está.
jueves, 23 de julio de 2015
viernes, 17 de julio de 2015
Lo que nos dé la puta gana
"No están de acuerdo, pero es una decisión mía que no los afecta y yo también puedo hacer lo que me dé la puta gana", me dijo mi mamá esta semana con risa y en tono simpático a pesar de la grosería que no es muy propia de ella. El tema no es grave, es una decisión sobre unos bienes suyos en la que todo el mundo puede opinar pero donde se hará lo que ella quiera. Sin embargo no es habitual que mi mamá tome una decisión como esas sin que las opiniones de todos terminen influenciándola.
No sé cuántas veces mientras duró mi adolescencia repetí que yo podía hacer lo que me diera la puta gana. Que si me tiraba la vida para eso era mía. Que no me daba miedo —tenía pánico—, que estaba segura —no estaba segura de nada—. Considerando que estaba defendiendo mi autonomía, sentía que esas peleas me dejaban sola, que no podría contar con el apoyo de nadie. Aunque realmente no lo estuviera. Aunque al final siempre estuvieron mis papás y mi hermana. Aunque la amenaza de esas peleas siempre terminara con "usted verá, Ana María". Aunque hubieran preferido que tomara otras decisiones. Ya no recuerdo bien qué fue lo que hice tan distinto de lo que ellos hubieran preferido. No es que lo haya olvidado, seguro que si hago un esfuerzo me acuerdo, pero ya no me importa. Y creo que a ellos tampoco. Ya no estamos por demostrarnos nada. Las cargas ya se acomodaron. Finalmente creo que ninguno tenía razón y la vida, siempre digo lo mismo, habló más fuerte que todos. Puede ser que no haya ganado esa pelea pero la valoro. Y también agradezco que ya haya terminado.
Ahí está mi mamá dando la de ella. Creo que me cuenta eso buscando mi apoyo porque sabe que en la casa yo tengo motivos de sobra para ser la "alcahueta".
Supongo que podría también decir algo sobre la autonomía femenina, sobre el ejemplo que nos dan a todos las generaciones más jóvenes que tal vez han ganado más libertades. Sobre cómo los cambios afectan las cosas no solo hacia "abajo" sino también hacia "arriba".
Se trata un poco de eso y se trata de mi mamá y yo. Es bonito. Se siente recíproco.
No sé cuántas veces mientras duró mi adolescencia repetí que yo podía hacer lo que me diera la puta gana. Que si me tiraba la vida para eso era mía. Que no me daba miedo —tenía pánico—, que estaba segura —no estaba segura de nada—. Considerando que estaba defendiendo mi autonomía, sentía que esas peleas me dejaban sola, que no podría contar con el apoyo de nadie. Aunque realmente no lo estuviera. Aunque al final siempre estuvieron mis papás y mi hermana. Aunque la amenaza de esas peleas siempre terminara con "usted verá, Ana María". Aunque hubieran preferido que tomara otras decisiones. Ya no recuerdo bien qué fue lo que hice tan distinto de lo que ellos hubieran preferido. No es que lo haya olvidado, seguro que si hago un esfuerzo me acuerdo, pero ya no me importa. Y creo que a ellos tampoco. Ya no estamos por demostrarnos nada. Las cargas ya se acomodaron. Finalmente creo que ninguno tenía razón y la vida, siempre digo lo mismo, habló más fuerte que todos. Puede ser que no haya ganado esa pelea pero la valoro. Y también agradezco que ya haya terminado.
Ahí está mi mamá dando la de ella. Creo que me cuenta eso buscando mi apoyo porque sabe que en la casa yo tengo motivos de sobra para ser la "alcahueta".
Supongo que podría también decir algo sobre la autonomía femenina, sobre el ejemplo que nos dan a todos las generaciones más jóvenes que tal vez han ganado más libertades. Sobre cómo los cambios afectan las cosas no solo hacia "abajo" sino también hacia "arriba".
Se trata un poco de eso y se trata de mi mamá y yo. Es bonito. Se siente recíproco.
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