La tía Ángela me habló ese día adentro de mi cabeza. Iba para clase de ballet al ensayo de El Lago de los Cisnes que presentaríamos en la clausura de diciembre todos los grupos de primaria, desde kinder hasta quinto.
Me estaba poniendo la trusa azul, el tutú rosado y los pisahuevos blancos. El uniforme de ballet que llevaba en una tula. Me daba trabajo cambiarme de ropa sola. Ese día no había nadie más en el baño.
Y de pronto mi tía empezó a hablar.
Mira, mijita, pon cuidado. Anita, mija, pon cuidado. Gordita, pon cuidado. Anita, Anita, Anita, Anita. Pon atención. Pon cuidado. No, así no. Pon cuidado. No, mijita, así no. Pon cuidado, Anita. Anita, Anita, Anita, Anita. Pon cuidado, Anita. Anita, hazlo mejor. Anita. Anita, así no. Anita, presta atención. Anita. Mijita. Gordita.
La voz de la tía es estridente, pero ese día sonaba lejos en mi cabeza. Como si estuviera parada justo en la mitad de mi cerebro, equidistante a cada una de mis orejas y desde allá repitiera ese sonsonete irritante, pero apagado por la distancia y por el resto de cosas que tengo adentro de la cabeza. Lejos. Anita. Mijita. Gordita.
Primero la parte de abajo de la trusa. No, Anita, no, pon cuidado, así no. La parte de arriba que se pone como un vestido de baño enterizo, primero las piernas, luego por los brazos, hasta arriba. Pon cuidado, Anita, así no es, mijita. El tutú rosado por encima de la cabeza hasta la cintura. Así no, así no. Anita, Anita, Anita, Anita. Los pisahuevos blancos. No, Anita, así no.
¡¡Ya me vestí!!
Se fue apagando la tía Ángela mientras caminaba hasta el auditorio del ensayo con el uniforme de diario adentro de la tula, con la moña que me había hecho mi mamá por la mañana medio desbaratada por las maniobras de ponerme el tutú. Caminando incómoda en los pisahuevos blancos. Ya no la oía más. A bailar, a ballet. Qué incomodidad los zapatos nuevos.
Adela Sierra empezó a dirigir los primeros ejercicios con las posiciones típicas del ballet: primera posición, segunda, tercera, cuarta, quita, sexta, séptima, octava. Despelucada e incómoda en los pisahuevos blancos. Ahora de puntillas. Incómoda en los pisahuevos blancos. Despelucada. Acalorada. Ahora con los brazos como si fueran mariposas. Con los brazos por encima de la cabeza como en arco, de puntillas, desde aquí hasta allá. Despelucada. Que se acabe ya esta clase. Me quiero quitar los pisahuevos blancos.
Una niña se río señalando mis pies.
Me había puesto los zapatos al revés.
La tía Ángela, que ya está muerta, todavía me alega a veces adentro de mi cabeza.
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