Esta semana que viene morirán 42 toros en Manizales y, como siempre, empiezan en redes sociales las discusiones sobre la moralidad/inmoralidad, conveniencia/inconveniencia, feúra/belleza de las corridas de toros.
Dejó de interesarme esa discusión. Dejó de preocuparme el sufrimiento de los toros desde que comprendí que no hay tal. Que sufrimos nosotros porque tenemos consciencia del sufrimiento. Pero que para ellos eso es y ya, sin carga moral, sin juicio de valor, sin reflexión sobre si debería ser o no.
Dejó de interesarme también porque La Vida no me parece un bien mayor que deba ser protegido a toda costa. La Vida, como dice George Carlin, empezó hace muchos siglos y continuará durante muchos más y no depende de una circunstancia particular, ni de un individuo particular. Y si lo que debe preocuparnos son las especies y no los individuos entonces tampoco hay argumento ahí, porque para preservar la existencia, como especie, de los toros de lidia lo mejor que puede pasar es que las corridas de toros no se acaben. Aunque creo que se acabarán y con ellas disminuirán los individuos de esa especie porque al parecer no sirven para nada más.
Dejó de interesarme porque me parece una causa tonta comparada con otras, porque uno privilegia las discusiones que da y porque, no sé cómo, no sé si a causa de los antitaurinos exclusivamente, pero creo que sobre todo por ellos, me empezó a parecer más importante dar peleas por la gente que por los animales. Porque me agotó ese discurso moral que al parecer nos va a llevar a que sea ilegal matar cucarachas.
Dejó de interesarme porque escuché a algunos taurinos explicarme estas cosas, y aunque no vamos a ponernos de acuerdo sobre la belleza que hay ahí, puedo entender que ellos la vean.
Dejó de interesarme porque en este mismo blog, en una entrada anterior, alguien comentó: "La tauromaquia es un pequeño incidente en un planeta pequeño de una galaxia pequeña en el que una criatura mata a otra por diversión y la otra muere para divertir. A nosotros también nos torean, nos pican, nos clavan la banderilla, boqueamos en la arena, nos despedimos del público y ya está. Dentro de 100 años tan muerto estará el toro como el torero".
Eso sobre todo. A nosotros también nos torean, nos pican, nos clavan las banderillas, boqueamos en la arena, nos despedimos del público y ya está. Salud por esos 42 toros, que se encuentren con toreros diestros y que mueran dando grandes faenas, no me preocupa más.
viernes, 30 de diciembre de 2016
miércoles, 28 de diciembre de 2016
Amor propio
Creo que imaginaba que el amor propio actuaba como algo parecido a una fortaleza, o una virtud, o a un tipo de fuerza interna que impedía que algo te dañara. Tal vez por eso uno se la pasa cultivando una actitud fuerte: carácter, personalidad. Algo que parezca amor propio. Una confianza de mentiras parada sobre seguridades inventadas.
Pero me parece que el amor propio es otra cosa. El amor propio sabe que uno no es tan fuerte. Sabe que puede lastimarse. Reconoce que no puedes dejar entrar a nadie a patear los tarros porque resultarán abollados. El amor propio no es osado, no es arrogante, no se arriesga, no se expone. No te pide que te pares ahí a que te den tres golpes para que veas que no duele. Para que quede claro que qué gran amor propio el que tienes. Te pide que te cuides de que te duela. Te advierte que puede doler. Y cuidarse muchas veces se parece más a huir que a demostrarse pendejadas. El amor propio no se pone con que "mira tan fuerte que soy", "que tan macho que me pongo", "que tan duro que devuelvo el golpe". El amor propio no tiene que demostrarle nada a nadie y si para cuidarse tiene que huir no teme que lo juzguen por hacerlo. Que tan flojo, que tan débil su amor propio.
Sí es una fuerza, pero nace más de las debilidades que de las fortalezas. No se esmera por esconderlas, las reconoce. Y duele. Se supone que uno sabe esto, o lo sabe en abstracto, pero tal vez no cómo actúa. Lástima necesitar repasos.
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