viernes, 1 de junio de 2012

Una deuda

Me acerqué sobre todo porque me gustaba, o creía que me gustaba.  Es una de esas personas que uno mira y con verla calcula que puede parecerse a uno... entonces me gustaba o creía que me gustaba.  Tenía novia, así que con cautela me acerqué con dos seguridades que me acompañaron siempre: si me para bolas, qué bueno; si no me para bolas de todas maneras qué bueno un amigo como él.
Era ambiguo.  Nunca supe bien si le gustaba o no.  Decía una cosa - "soy fiel, el más fiel, nadie tan fiel como yo" - y actuaba otra: una coquetería morronga que sin ser culpable no podía ser inocente del todo.  Yo, apegada a la literalidad de los manes, siempre le creí lo que le oí decir, porque mejor eso que andarse haciendo ilusiones.  Aunque también las tuve.
Nunca le dije nada, ni una palabra.  Me contaba de su novia, yo le contaba mis historias y nos hicimos amigos, los más amigos, lo adoraba.

Un día decidí confesarle que me había gustado, que había estado hasta enamorada... no sé para qué hace uno esas estupideces aunque haya servido para ponerlo en evidencia.  Pensé, tontamente, que éramos esa clase de amigos que pueden con esas verdades.  ¿No han sentido nunca que ustedes pertenecen a una raza extraña de personas que tienen las relaciones más especiales, indestructibles, que nadie, nadie, quiere como ustedes quieren? Esa idea siempre es falsa.  Cobarde, como muchos amigos ambiguos, me mandó una razón sobre su incomodidad con alguien más y nunca, jamás, me explicó ni una palabra de lo que le molestó ni tampoco me volvió a hablar.  No se la puse fácil, esta es tal vez la primera o segunda noticia que él tenga acerca de lo que yo sentí en ese momento, actué con lealtad y con temor porque sé de la fuerza de sus palabras y no quería someterme a malos tratos ni a medir mi dolor con lo que sea que él estuviera sintiendo.  Pero me dolió.

Este blog lo abrí por él, porque él me lo sugirió.  Así que aquí le quedan consignadas por si quiere cobrarlas las últimas palabras que me quedan sobre él.

9 comentarios:

@bolsademareo dijo...

Que triste historia, que deuda.
Me gusto como fue contada de la forma más sencilla y corta.
Genial este blog.

Susana dijo...

Creo que muchas veces cuando uno no sabe si le gusta o no a algunos manes, pasa que ellos ni siquiera tienen claro si uno les gusta o no.
¿Qué habrá sido lo que incomodó al tipo ese de tu anécdota? Qué güevón tan cobarde.

Ana María Mesa Villegas dijo...

@bolsademareo, gracias. : )

Ana María Mesa Villegas dijo...

Ni idea Tati. Estoy de acuerdo con lo que dices en la primera parte... uno debería alejarse.

Adriana Villegas Botero dijo...

Ya lo dijo Fito: Prefiero tu sonrisa a toda la verdad... Eso es muy masculino!

Ana María Mesa Villegas dijo...

Sí, ¿quién podría culparlos?

Diego Niño dijo...

Una vez me pasó… y bueno, era soltero y terminé cuadrado con ella (acá dejo la historia en caso que sientan curiosidad: http://diegoninho2.wordpress.com/2008/03/19/luz-amparo/)… Las mujeres, contrarios a lo que sugiere el imaginario colectivo, son más tranquilas cuando un amigo de toda la vida le dice, de buenas a primeras, que le gusta o que estuvo enamorado de ella.
Saludos desde la fría Bogotá!

Ana María Mesa Villegas dijo...

No me funcionó el link. Gracias por leer.

Ana María Mesa Villegas dijo...

No me funcionó el link. Gracias por leer.