jueves, 17 de marzo de 2016

Consciencia

Cuando quiero dejar de sentir lástima por los animales y todo lo que les hacemos me convenzo de que no tienen consciencia. Para ellos la vida, lo que les sucede y el destino, son lo mismo. Si se mueren, si los patean, si los cazan, esa es la vida, lo que les sucede y el destino. Las tres cosas. No pueden plantearse una escapatoria o gritar "¡esto es injusto!" porque no tienen consciencia. Si crecen encerrados en un zoológico o en un circo es nuestra consciencia la que puede salvarlos de permanecer allí; pero la de ellos, su consciencia, simplemente les indica que esa es su realidad y como eso no lo pueden someter a discusiones o a reflexiones sufren menos. No es que no sufran, pero sufren menos que si supieran que mucho de lo que les hacemos es injusto y podría evitarse. En fin, cuando quiero darme un poquito de paz pienso eso, pienso que ellos sufren menos porque no saben que deberían sufrir más si supieran que en nuestras manos está que sufran menos. ¿Se entiende? No quiero que me crucifiquen los animalistas.

Pero la naturaleza humana es muy jodida. Es capaz de hacer mal a consciencia. Es una de las cosas que nos separa del resto de las especies. En los otros animales opera más la arbitrariedad o el instinto y hacen mal. Pero ninguna persona indignada podría decir "¡es que son unos inconscientes!" sin que alguien le haga caer en cuenta de que exactamente por eso no son culpables de ningún delito o etc.

Entrar en consciencia, de todas maneras, para los seres humanos es un proceso demorado. No es que nazcamos y con nacer estemos llenos de consciencia. Durante un buen tiempo somos como animales: la vida, lo que nos sucede y el destino, son la misma cosa.

Un día uno cae en cuenta de algo y se va despertando la consciencia. Tengo dos recuerdos claros sobre eso. Dos momentos que sucedieron como un "oh, esto no lo había notado antes y ha estado aquí todo el tiempo" con cosas que, creo, me moldearon. Hacen parte del equipaje con el que me doy al mundo. La primera va a sonar vanidosa, pero quéliace, sucedió así como quiero contarla.

Me estaba mirando en el espejo. No sé por qué. No sé cuánto tiempo llevaba mirándome en el espejo. Tenía cinco o seis años. Es tan claro ese recuerdo que sé muy bien la cara que estaba mirando y sé que estaba chiquita, como en las fotos de esa época, porque no solo estaba frente al espejo sino que me estaba observando con detalle. Recuerdo que estaba mirando cada una de las partes de mi cara y cuando iba por la curva de la nariz me pareció bonita. Me parecí bonita. Y caí en cuenta, antes no lo sabía, de que me gustaba. Yo me gustaba. Creo que es uno de los sentimientos más poderosos que he tenido en mi vida. Me seguí mirando otro rato, y desde ese momento -croe que para siempre- con la consciencia de que me gustaba mi cara, de que mi nariz era bonita. Yo me aprobé. Qué poder eso.

La otra es sobre los demás. La primera vez que caí en cuenta de que los adultos eran menos buenas personas de lo que yo pensaba, según el juicio que hice a los, digamos, 7 años. Por primera vez entendí el concepto de hipocresía. Me enteré de que en mi familia no todos se llevaban bien. Supe que detrás de toda esa cordialidad se escondían opiniones y juicios no muy positivos sobre personas que yo quería mucho. Estábamos juntos y alguien hizo un comentario bajito. Una crítica. Recuerdo que me dio dificultad procesarlo, me demoré muchos días pensando en eso, hasta creo que años.

Me demoré mucho tiempo para ser consciente de mi propia hipocresía. Me demoré aún mucho más para reconciliar a los demás por hipócritas.

Todavía me cuesta reconciliar que el ser humano pueda ser malo a consciencia. Para no hablar de mis propias maldades a sabiendas. Seguro nos morimos sin ser del todo conscientes. Seguimos siendo muy animales.

5 comentarios:

Daniel dijo...

"Qué poder eso." Me tomó más tiempo ser consciente de mi blancura, el bullying, el sol, el fastdio de la luz en los ojos. Todo eso que por falta de melanuna te hace percibir todo de forma diferente... Pero fue parecido, llegó un momento en que me gusté y eso fue como tú dices, un fuerte sentimiento. Lindo, Ana María, lindo.

Ana María Mesa Villegas dijo...

El bullying lo debe hacer a uno consciente de muchas cosas, ¿no? Gracias, Dani por leer y comentar.

Ángela Cuartas dijo...

Qué linda esta entrada. ¿Sabés que me vine a gustar ya grande? Bien grande. Creo que ya sí me gusto, y creo que me empecé a gustar cuando me vi convertida de verdad en lo que antes temía ser (física y espiritualmente). Eso fue poderoso, o está siendo todavía, porque no fue del todo.
Creo que la primera vez que dejé de ser animal en el sentido que decís fue una vez que estaba sentada en el baño viendo a mi mamá peinarse, yo era muy chiquita y me encataba ver a mi mamá arreglarse y me empecé a imaginar a mí misma dentro de la barriga de ella, pero fui haciendo como un recuento de mi corta vida: antes estaba en el otro cuarto, dormía con mis papás, antes estaba bebé, ¿antes dónde estaba?, en la barriga de mi mamá, ¿y antes? Entonces le pregunté a ella donde estaba antes, porque asumí que estaba en algún lugar y terminé metida ahí. Y ella se puso roja y me dijo que ya venía, después llegó y me contó el cuento de la semilla de mi papá en la barriga de ella, etc. Me acuerdo que me dio impresión que antes yo no fuera o no estuviera y me quedé con la duda. (Esta historia me gusta mucho, esa sensación fue muy fuerte)
Un abrazo, Ana.

Ana María Mesa Villegas dijo...

Uffff! Gracias por contármela, me encantan esos momentos y cómo se graban en la memoria. ❤

Unknown dijo...

Muy bonito, me abrió la puerta de una óptica diferente con relación a los animales... sin desdibujar el enorme dolor que me hace sentir todo cuanto se les impone de nuestra parte y en contra de lo que quizás ellos quisieran, pero no lo saben, por eso no lo exigen...

Y para el alma, la segunda mitad de tu texto, genial lo del espejo... lo de "Que poder", el poder en lo simple, adentro, en el alma... ahí está.

Adrian.