Uno de los aprendizajes más bacanos de los últimos años ha sido aprender a decir sin tanto miedo "usted me gusta". Como me imagino que pasa casi siempre con esas cosas, el aprendizaje empezó (no llegó, sino que empezó) después de que estuve muchos años sin decírselo a alguien. Cuando lo hice las cosas salieron mal, al día de hoy no se han recompuesto y tal vez ya nunca se recompondrán. Tal vez me hubiera librado de todo eso de haberlo dicho desde un comienzo. Tal vez las cosas hubieran salido bien. Qué importa, es llorar sobre leche derramada. Pero los intentos, pocos, de decirlo, que he hecho hasta ahora sí han salido muy bien. Y me bastan esos para entender que no pasa nada, que no se me arruina nada si lo digo, que el otro no tiene tanto poder sobre uno, aunque nos guste mucho. Ahora que estoy más cerca del fin de ese miedo me cuesta trabajo recordar a qué era que le temía tanto. Una de esas veces me dijeron que no sabían si sentían lo mismo por mí y tampoco pasó nada grave. Ya me cuesta trabajo entender por qué sentía ese miedo. Pero sí creo que estaba relacionado con la vanidad, el ego frágil y esas cosas de las que uno cree que depende su fortaleza.
Recuerdo hace años alguien explicando cómo funcionan los miedos. Uno está dentro de un círculo estrecho. Todo lo que sucede por fuera de ese círculo, que son todas esas cosas que no hemos hecho nunca, pueden producirnos miedo. Pero en el momento en el que uno sale del círculo y hace algo nuevo comienza a agrandarlo, a incluir dentro las cosas a las que uno les agarra confianza.
Suena a autoayuda, y qué aburrido, pero no toda será despreciable.
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