domingo, 14 de febrero de 2010

Dos blancos fáciles y un perro

Salió a pasear al perro.  Un perro gordo y manso, como él mismo.  Al frente de la casa había una callecita no muy transitada y llena de verde por la que caminaban normalmente.  Un día como cualquier otro.  Sábado... tal vez menos transitada que otros días.

Ya estaban bien internados, cuando vio venir al sujeto que caminaba en sentido contrario.  No se inquietó, esa era ruta común de estudiantes universitarios.  Muchachos andrajosos y despeinados, que caminan todo el día, porque lo de la buseta se les va en fotocopias y lo de las fotocopias en cerveza.

Cuando se cruzaron, el joven, quien dejó en evidencia con sus palabras y el tono de su voz que había equivocado el juicio, extrajo una navaja y con tono amenazante y severo lo increpó para que entregara "todo lo que lleve encima".

Pensó rápidamente en todo lo que "llevaba encima" que pudiera tener algún valor.  El reloj... y el perro... el perro valía una fortuna... ¿a quién se le ocurre atracar a alguien con un perro? si es cierto que los que atracan tienen siempre más miedo que el atracado, este tipo tenía que estar borracho o trabado, para superar el miedo de atracar a alguien con un perro y no lo pensó más, porque el tipo no parecía tener alterada la consciencia. ¡ATACA RUFO! él mismo se sorprendió por su tono.  Al mismo tiempo que gritaba dio un paso adelante, lleno de seguridad.  El muchacho retrocedió, la cara de atracador le cambió inmediatamente.  Se puso pálido, miró al perro sin bajar la navaja, listo a defenderse del ataque del can.

Pero el perro, que jamás en su vida había recibido una orden como esa, se quedó impasible mirando al muchacho y a su amo, en lo que él seguramente creía que era una conversación amigable, mediada por una lámina brillante.  Eso no importó.  La reacción del muchacho y la suya propia, hicieron que soltara una carcajada gigante.  Se reía y no podía parar... no podía parar de reír y no lo hacía... se doblaba y se tenía el estómago que ya le dolía de la risa que tenía; saberse capaz de tomarle el pelo a la violencia... qué insolencia la suya y qué valor, se sentía orgulloso y valiente; ni siquiera le importaba estar doblado de la risa, en una posición tan vulnerable frente a un muchacho con una navaja, ya sabía que nada le pasaría... miraba a veces al muchacho quien, todavía pálido, esperaba que Rufo saltara y lo atacara de acuerdo con la orden dada con tanta vehemencia, se le notaba que estaba intentando entender lo que acababa de suceder.  Le había mamado gallo... todo eso le daba más risa.

Cuando decidió irse, el gordo todavía se reía y su perro gordo todavía movía la cola en el mismo punto en el que se habían cruzado y pensó: "se me cagó el desayuno este güevón".

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Si Ani... permiso, me desahogo: a quien se te parece el perro que jala el gordito?... "Sujetao y con autoridá… úsquele con ese hijuetantas"… nada más parecido a un "colombiano desplazao" que la única tierra que le quedó es la de las uñas… los de los de los semáforos… también bolean la cola por una monedita que es su cabestro… te dicen "dotor" y no tienen ni idea de cómo se toma un vino, ni porque no le hicieron una llamaíta de agroingresoseguro… por eso me gusta "el callejero" de Cortés… "su filosofía de la libertad"… a muchos les debe gustar el tuyo; y el miedo: mal nacional… miedo a atreverse a ser "callejeros"...

Liz dijo...

Muy fino...

A mi marido le pasó algo similar con una San Bernardo GIGANTE que teníamos, mi Sara hermosa. Pero peor aún la muy descarada se echó ante la orden de atacar... :)

Ana María Mesa Villegas dijo...

Mirá pues papito todo lo que te pillaste en el cuentico!!! Mua!!!!!! tu si eres un callejero!

Y Liz! qué descaro! pero uno a los perros les perdona todo!

Jorge dijo...

Como ese que se metió a la casa de un sensei (toda la familia era de karatekas) acá en Manizales y le dieron tremenda paliza.

No es el mismo caso y, de hecho, es del mismo modo solo que en el sentido contrario... (esas palabras sí tenían sentido) Es decir: un golpe de suerte es ganarse la lotería y del mismo modo, en el sentido contrario es una especie de lotería que a uno le caiga un rayo, o que el perro no ataque.

Ana María Mesa Villegas dijo...

(tenían... mirá que sí...)

Me acordaste de un amigo de mi papá que no compraba lotería, a pesar de que el lotero siempre le insistía (es un amigo famoso de mi papá, por eso el lotero le insistía) y un día le dijo... las probabilidades de que yo me gané eso son de una en no sé cuántos millones... y el lotero le contestó: pero si rifan una ca$%&ada en la plaza de bolívar, usted no compra la boleta...

Y le compró la lotería... y no se la ganó...

Quién sabe cuántas loterías vendió ese lotero con ese mismo argumentico pecueco!