Buenas noticias: tengo trabajo nuevo. Ya no son tan nuevas, pero no importa.
Estoy muy entusiasmada. En mi caso, yo que me he tomado a pecho en la vida eso de "vive solamente el presente" y he evitado hacer muchos planes, puedo dar fe de que si uno no toma decisiones la vida las toma por uno y parece ser que no se equivoca. Este trabajo es como perfecto. Seguro no lo es, porque nada lo es, pero se siente como cuando uno manda a hacer ropa a la medida. Espero estar preparada y hacerlo bien. Seguir las indicaciones que me dio una amiga: que se te note la personalidad que tienes, es importante tener una identidad; nada de saperías ni lambonerías, nada de vulgaridad, nada empalagoso, ni con la risa, ni sensiblerías. Claridad, serenidad, sencillez y no olvides el humor". Todo eso me recuerda cuando en ensayo del coro la directora dice: "en esta parte quiero que hagan un crescendo y luego en el segundo tiempo del último compás empiecen un diminuendo hasta el final. Presten atención a la palabra Deus, ahí quiero que sientan que están hablando con Dios, ¿reconocen la importancia de eso? Ojo con la respiración, no quiero que se oiga ni una sola respiración. No vayan a cortar la frase, pueden respirar después de la palabra sanguinet. Tienen que pararse bien, la postura es fundamental. Mantengan la actitud y no olviden la dicción. No tensen ningún músculo del cuerpo, no se tensionen que todo eso se nota en la voz. No quiero que canten con partitura, todo de memoria desde ya; vamos a ensayar así para que lleguen bien preparados al día de la presentación". Y uno hace malabares con ese montón de indicaciones y al final del día, cuando llega el momento del concierto espera que se pongan en marcha, solas, todas las cosas que uno ha ensayado antes conscientemente, porque lo que no se ensaya no sale. Se terminaron mis ensayos y el lunes tengo función.
lunes, 27 de enero de 2014
martes, 21 de enero de 2014
U235
Voy a exagerar: a mediados de los años cincuenta del siglo pasado llegó el comunismo al suroeste antioqueño. Lo llevó mi papá, Jairo Mesa Cock, en compañía de su primo Eugenio Saldarriaga Cock. La historia es así:
(Empieza con el enredo genealógico, pero esta parte realmente no tiene tanta importancia, más que para mis familiares, los demás, si quieren, se la saltan).
Jesús María Uribe, tuvo tres fincas en Andes en la vereda Tapartó. Los datos se confunden, pero mi papá y mis tíos creen recordar que se llamaban La Seria, La Coqueta y El Porvenir. Como él no tuvo hijos -- se especula que era homosexual -- dejó esas propiedades a cuatro sobrinas: Carola, monja, y Paulina heredaron La Seria; a Rosalía, que era la menor, le heredó La Coqueta y a "Mamá" Tulia, la abuela de mi papá, le dejó El Porvenir.
Mamá Tulia, mi bisabuela tuvo diez hijos con Alfonso Zacarías Cock: Teresa, Hernán, Aníbal que se murió joven de tuberculosis, Pepita (¿Josefa?), que fue de monja y que dice mi papá que era hermosa, pero hermosa, hermosa; Judith, Gustavo, Alfonso, que se fue a vivir a Cali y no tuvo nada que ver con la finca; Cecilia (Chila), Myriam, la mamá de mi papá y Alberto, que también se murió joven.
Teresita, la hermana mayor, se casó con Eugenio Saldarriaga que fue el administrador de la finca junto con Hernán y Gustavo, los Hombres de la Familia ya que para la época en que Mamá Tulia recibió la herencia su esposo se había muerto. Tenían funciones diferentes y Eugenio, al ser cuñado y no hijo, respetaba las decisiones fundamentales que tomaban los otros dos sobre todo lo que sucedía en la finca.
Todo sucedió en El Porvenir que era una finca extensísima, cultivada en café y caña principalmente y que contaba con un beneficiadero y una molienda en las que se procesaban los resultados de las respectivas cosechas. Llegar hasta allá era un paseo de doce horas que empezaba en tren y terminaba en "bestias", al que había que llevar el mercado desde Medellín y que una vez allí condenaba a la libertad del campo porque no era fácil volver a salir.
La finca era administrada como una propiedad feudal que recibía el nombre de aparcería. Las aparcerías eran pedazos grandes de terreno administradas por aparceros que de acuerdo con las instrucciones de los señores feudales debían ser sembradas en caña o café. El negocio que las aparcerías hacían con La Finca se llamaba "a la cuarta", que quería decir que una cuarta parte de la cosecha era para La Finca y tres cuartas partes eran para el aparcero.
Pero en la práctica la relación cambiaba. La Finca cobraba por el uso de la molienda o del beneficiadero y como eran los tíos de mi papá, los señores feudales, los que hacían el negocio de vender el resultado de todo eso, les cobraban también por la intermediación, con lo que a los aparceros finalmente les tocaba una cuarta parte del negocio y a La Finca, tres.
Sin duda era una relación inequitativa e injusta.
Mi papá y Eugenio, un primo hermano suyo, eran más o menos de la misma edad, 18 años aproximadamente. Mi papá acababa de entrar a la Universidad de Antioquia a estudiar medicina y Eugenio estaba preparándose para ser cura. Un médico y un cura en (pre)potencia. Imagino el respeto que eso debía infundir en ese montón de tías antioqueñas.
Además de estudiar medicina, mi papá leía con asiduidad el U235, periódico estudiantil de su Universidad (se llamaba así porque ese es el isótopo de Uranio, el que lo hace explosivo), de línea editorial clarísima de izquierda en medio de los cambios sociales de los 60 y 70. Y Eugenio, por su parte, también debía estar leyendo material de sensibilización social.
Cualquier día que Hernán y Gustavo —los tíos, los señores feudales— no estaban en El Porvenir, los aparceros acudieron ante Eugenio y le pidieron que intercediera por ellos: querían que les dieran botas para trabajar, porque descalzos —¡trabajaban el campo descalzos!— se cortaban constantemente las piernas y los pies con los machetes y con las matas.
Eugenio le contó de la solicitud a mi papá y entre los dos, indignados con las condiciones de trabajo de los aparceros y motivados como estaban por sus lecturas de izquierda, los reunieron a todos un domingo a las 2 de la tarde y les inocularon la semilla del mal: el comunismo.
Les dijeron que ellos tenían derechos —qué horror— y les informaron que había una legislación nueva que obligaba al patrón a darle dotación a los obreros. Eugenio y mi papá, con los servicios de mi tío Alfonso que tenía 13 años y que ejercía de secretario, redactaron una carta con errores de ortografía intencionales que fue firmada por todos los aparceros exigiendo un trato justo y condiciones laborales dignas, además de las botas en cuestión. Esa carta debería ser enviada a Medellín para que llegara simultáneamente con la familia al terminar las vacaciones. ¡Qué encanto, qué heroísmo!
Como ese día era domingo, mi papá, Eugenio y Alfonso volvieron muy orgullosos a la casa principal a rezar con Mamá Tulia —la matrona—, sus hijas y todos los primos los mil jesuses, un trisagio (tres rosarios) y un salterio, que es una oración larguísima, para reemplazar la misa a la que no podían asistir por estar en esas lejanías. Antes de empezar con los rezos mi papá levantó la mano:
- Mamá Tulia, pido la palabra —dijo mi papá con la seriedad revolucionaria de sus 18 años—.
- Claro, Jairo —accedió Mamá Tulia un poco sorprendida por el cambio en el protocolo, pero con el respeto que en Antioquia se les tiene a los varones, con mayor razón si están estudiando medicina—.
- Mamá Tulia, yo quisiera proponer que en lugar de rezar todo ese montón de cosas que son la repetición de la repetidera y que no significan realmente nada, hiciéramos una reflexión en torno a la figura de Jesús y a la realidad social de este país.
- Ah, claro, mijo, como no...
Y mi papá tomó la palabra, seguido por Eugenio, seminarista, con tremendos discursos que ni Mao Tse Tung ni Fidel Castro. Muy sospechoso todo, pero nadie sospechó nada. Les debieron parecer muy inteligentotes y preparados. Qué orgullo.
Terminaron las vacaciones, la familia volvió a Medellín, llegó la carta y Myriam, la mamá de mi papá, fue convocada urgentemente a una reunión extraordinaria en casa de Mamá Tulia en la que se determinó que ni Eugenio ni Jairo podían volver a la finca y se concluyó que mi papá se había vuelto comunista.
- ¿¡JAIRO!? ¡Jairo es ateo! ¡Jairo es ateo! —cuentan que repetía la tía Judith sentada voleando pierna en una mecedora—.
A la siguiente reunión familiar, la fiesta de los 80 años de Mamá Tulia, mi papá no quiso ir. Lo llamaron mucho y terminó mandando razón con mi tío Alfonso que repitió delante de todo el mundo que "como Jairo es un hijueputa comunista y ateo no piensa venir a importunarlos a todos".
Ninguna condición cambió para los apareceros.
(Empieza con el enredo genealógico, pero esta parte realmente no tiene tanta importancia, más que para mis familiares, los demás, si quieren, se la saltan).
Jesús María Uribe, tuvo tres fincas en Andes en la vereda Tapartó. Los datos se confunden, pero mi papá y mis tíos creen recordar que se llamaban La Seria, La Coqueta y El Porvenir. Como él no tuvo hijos -- se especula que era homosexual -- dejó esas propiedades a cuatro sobrinas: Carola, monja, y Paulina heredaron La Seria; a Rosalía, que era la menor, le heredó La Coqueta y a "Mamá" Tulia, la abuela de mi papá, le dejó El Porvenir.
Mamá Tulia, mi bisabuela tuvo diez hijos con Alfonso Zacarías Cock: Teresa, Hernán, Aníbal que se murió joven de tuberculosis, Pepita (¿Josefa?), que fue de monja y que dice mi papá que era hermosa, pero hermosa, hermosa; Judith, Gustavo, Alfonso, que se fue a vivir a Cali y no tuvo nada que ver con la finca; Cecilia (Chila), Myriam, la mamá de mi papá y Alberto, que también se murió joven.
Teresita, la hermana mayor, se casó con Eugenio Saldarriaga que fue el administrador de la finca junto con Hernán y Gustavo, los Hombres de la Familia ya que para la época en que Mamá Tulia recibió la herencia su esposo se había muerto. Tenían funciones diferentes y Eugenio, al ser cuñado y no hijo, respetaba las decisiones fundamentales que tomaban los otros dos sobre todo lo que sucedía en la finca.
Todo sucedió en El Porvenir que era una finca extensísima, cultivada en café y caña principalmente y que contaba con un beneficiadero y una molienda en las que se procesaban los resultados de las respectivas cosechas. Llegar hasta allá era un paseo de doce horas que empezaba en tren y terminaba en "bestias", al que había que llevar el mercado desde Medellín y que una vez allí condenaba a la libertad del campo porque no era fácil volver a salir.
La finca era administrada como una propiedad feudal que recibía el nombre de aparcería. Las aparcerías eran pedazos grandes de terreno administradas por aparceros que de acuerdo con las instrucciones de los señores feudales debían ser sembradas en caña o café. El negocio que las aparcerías hacían con La Finca se llamaba "a la cuarta", que quería decir que una cuarta parte de la cosecha era para La Finca y tres cuartas partes eran para el aparcero.
Pero en la práctica la relación cambiaba. La Finca cobraba por el uso de la molienda o del beneficiadero y como eran los tíos de mi papá, los señores feudales, los que hacían el negocio de vender el resultado de todo eso, les cobraban también por la intermediación, con lo que a los aparceros finalmente les tocaba una cuarta parte del negocio y a La Finca, tres.
Sin duda era una relación inequitativa e injusta.
Mi papá y Eugenio, un primo hermano suyo, eran más o menos de la misma edad, 18 años aproximadamente. Mi papá acababa de entrar a la Universidad de Antioquia a estudiar medicina y Eugenio estaba preparándose para ser cura. Un médico y un cura en (pre)potencia. Imagino el respeto que eso debía infundir en ese montón de tías antioqueñas.
Además de estudiar medicina, mi papá leía con asiduidad el U235, periódico estudiantil de su Universidad (se llamaba así porque ese es el isótopo de Uranio, el que lo hace explosivo), de línea editorial clarísima de izquierda en medio de los cambios sociales de los 60 y 70. Y Eugenio, por su parte, también debía estar leyendo material de sensibilización social.
Cualquier día que Hernán y Gustavo —los tíos, los señores feudales— no estaban en El Porvenir, los aparceros acudieron ante Eugenio y le pidieron que intercediera por ellos: querían que les dieran botas para trabajar, porque descalzos —¡trabajaban el campo descalzos!— se cortaban constantemente las piernas y los pies con los machetes y con las matas.
Eugenio le contó de la solicitud a mi papá y entre los dos, indignados con las condiciones de trabajo de los aparceros y motivados como estaban por sus lecturas de izquierda, los reunieron a todos un domingo a las 2 de la tarde y les inocularon la semilla del mal: el comunismo.
Les dijeron que ellos tenían derechos —qué horror— y les informaron que había una legislación nueva que obligaba al patrón a darle dotación a los obreros. Eugenio y mi papá, con los servicios de mi tío Alfonso que tenía 13 años y que ejercía de secretario, redactaron una carta con errores de ortografía intencionales que fue firmada por todos los aparceros exigiendo un trato justo y condiciones laborales dignas, además de las botas en cuestión. Esa carta debería ser enviada a Medellín para que llegara simultáneamente con la familia al terminar las vacaciones. ¡Qué encanto, qué heroísmo!
Como ese día era domingo, mi papá, Eugenio y Alfonso volvieron muy orgullosos a la casa principal a rezar con Mamá Tulia —la matrona—, sus hijas y todos los primos los mil jesuses, un trisagio (tres rosarios) y un salterio, que es una oración larguísima, para reemplazar la misa a la que no podían asistir por estar en esas lejanías. Antes de empezar con los rezos mi papá levantó la mano:
- Mamá Tulia, pido la palabra —dijo mi papá con la seriedad revolucionaria de sus 18 años—.
- Claro, Jairo —accedió Mamá Tulia un poco sorprendida por el cambio en el protocolo, pero con el respeto que en Antioquia se les tiene a los varones, con mayor razón si están estudiando medicina—.
- Mamá Tulia, yo quisiera proponer que en lugar de rezar todo ese montón de cosas que son la repetición de la repetidera y que no significan realmente nada, hiciéramos una reflexión en torno a la figura de Jesús y a la realidad social de este país.
- Ah, claro, mijo, como no...
Y mi papá tomó la palabra, seguido por Eugenio, seminarista, con tremendos discursos que ni Mao Tse Tung ni Fidel Castro. Muy sospechoso todo, pero nadie sospechó nada. Les debieron parecer muy inteligentotes y preparados. Qué orgullo.
Terminaron las vacaciones, la familia volvió a Medellín, llegó la carta y Myriam, la mamá de mi papá, fue convocada urgentemente a una reunión extraordinaria en casa de Mamá Tulia en la que se determinó que ni Eugenio ni Jairo podían volver a la finca y se concluyó que mi papá se había vuelto comunista.
- ¿¡JAIRO!? ¡Jairo es ateo! ¡Jairo es ateo! —cuentan que repetía la tía Judith sentada voleando pierna en una mecedora—.
A la siguiente reunión familiar, la fiesta de los 80 años de Mamá Tulia, mi papá no quiso ir. Lo llamaron mucho y terminó mandando razón con mi tío Alfonso que repitió delante de todo el mundo que "como Jairo es un hijueputa comunista y ateo no piensa venir a importunarlos a todos".
Ninguna condición cambió para los apareceros.
martes, 14 de enero de 2014
Volvamos a los blogs
Hoy puse en Twitter que deberíamos volver a los blogs. Y como uno es comprometido con lo que dice aquí estoy intentando escribir sobre cualquier cosa. Sobre por qué no he vuelto al blog, por ejemplo. Escribamos sobre eso, pienso en serio y entonces esto.
Yo creo que el gran culpable es Twitter que le escurre a uno los pensamientos y no le deja mucho para elaborar. O agota la elaboración, o nos vuelve perezosos para elaborar. No sé. El caso es que estoy segura de que de no tener twitter escribiría mucho más en el blog. No sé si escribiría tanto como cuando empecé, tengo meses de una entrada semanal y a veces más, qué ridiculez, pero escribiría más, seguro. Porque la necesidad de decir cosas sigue ahí. De lo contrario no tendría Twitter, que me escurre los pensamientos y entonces me quedo sin nada para venir a contar aquí.
También creo que parte del problema es que creo que no tengo tema para el blog, pero eso no es del todo cierto porque:
1. Tengo un tema. Lo que pasa con este tema que tengo es que me da trabajo porque no sé cómo escribirlo sin molestar a algunas personas que quiero mucho. Cuando tengo un tema así, atragantado sin poder salir, siento que no puedo escribir sobre nada más hasta que no haga esa tarea. Debe ser algún tipo de TOC que me impide pasar al postre sin haberme comido las habichuelas. En todo caso, el tema del que quiero hablar con más "seriedad" es el machismo y el feminismo. Ahí me queda la tarea escrita para comprometerme.
2. Me pasan muchas cosas últimamente. Podría escribir sobre eso, pero creo que me da trabajo escribir sobre coyuntura. Incluso mis temas coyunturales me dan trabajo. Pero también podría intentar una entrada sobre eso porque al fin y al cabo son temas que me ponen contenta.
3. El tercer asunto es que creo que asumí que este blog tiene un tono y uno solo, entonces todo me tiene que quedar así, redactadito en esa tonalidad menor que luego modula a mayor y que cierra en perfecto primer grado para no dejar sin resolver. Creo que eso es algo que me hace perder naturalidad y que me embolata los temas de los que quiero hablar y que simplemente no tienen remate, como dejar una costura empezada porque solo quiero hacer medio escarpín. Eso me pasa con la mayoría de las cosas que he empezado aquí... Que no sé para dónde van y que creo que es porque no van para ninguna parte y entonces no los dejo ni ser hasta medio camino. Qué bobada, como si yo tuviera con este blog algún tipo de compromiso comercial.
Y para perder, haciendo esta entrada, por lo menos una de las disculpas...
Dejo hasta aquí.
Yo creo que el gran culpable es Twitter que le escurre a uno los pensamientos y no le deja mucho para elaborar. O agota la elaboración, o nos vuelve perezosos para elaborar. No sé. El caso es que estoy segura de que de no tener twitter escribiría mucho más en el blog. No sé si escribiría tanto como cuando empecé, tengo meses de una entrada semanal y a veces más, qué ridiculez, pero escribiría más, seguro. Porque la necesidad de decir cosas sigue ahí. De lo contrario no tendría Twitter, que me escurre los pensamientos y entonces me quedo sin nada para venir a contar aquí.
También creo que parte del problema es que creo que no tengo tema para el blog, pero eso no es del todo cierto porque:
1. Tengo un tema. Lo que pasa con este tema que tengo es que me da trabajo porque no sé cómo escribirlo sin molestar a algunas personas que quiero mucho. Cuando tengo un tema así, atragantado sin poder salir, siento que no puedo escribir sobre nada más hasta que no haga esa tarea. Debe ser algún tipo de TOC que me impide pasar al postre sin haberme comido las habichuelas. En todo caso, el tema del que quiero hablar con más "seriedad" es el machismo y el feminismo. Ahí me queda la tarea escrita para comprometerme.
2. Me pasan muchas cosas últimamente. Podría escribir sobre eso, pero creo que me da trabajo escribir sobre coyuntura. Incluso mis temas coyunturales me dan trabajo. Pero también podría intentar una entrada sobre eso porque al fin y al cabo son temas que me ponen contenta.
3. El tercer asunto es que creo que asumí que este blog tiene un tono y uno solo, entonces todo me tiene que quedar así, redactadito en esa tonalidad menor que luego modula a mayor y que cierra en perfecto primer grado para no dejar sin resolver. Creo que eso es algo que me hace perder naturalidad y que me embolata los temas de los que quiero hablar y que simplemente no tienen remate, como dejar una costura empezada porque solo quiero hacer medio escarpín. Eso me pasa con la mayoría de las cosas que he empezado aquí... Que no sé para dónde van y que creo que es porque no van para ninguna parte y entonces no los dejo ni ser hasta medio camino. Qué bobada, como si yo tuviera con este blog algún tipo de compromiso comercial.
Y para perder, haciendo esta entrada, por lo menos una de las disculpas...
Dejo hasta aquí.
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