domingo, 11 de octubre de 2009

El árbol no está...


El árbol gigante no está, el árbol que fue mi casa, donde serví tes imaginarios, donde recibí visitas imaginarias, donde tuve hijos imaginarios, no está... está talado, muy a ras. Eso sí... está ese sitio que dejaron para que sus raíces le siguieran dando vida. Cuando allanaron el terreno, le dejaron su espacio, espacio para sus raíces... un montículo de tierra para él. Le hicieron un muro de piedras, para que soportara su peso... sí debía ser grande, porque esa muestra de respeto de gente adulta por un árbol, debe significar que sí era grande. Ahora está el muro de piedras, están sus raíces, y el árbol talado muy a ras... dan ganas de llorar. Un árbol que fue hogar imaginario para una niña de 9 años, fue talado y dan ganas de llorar... y no tengo idea por qué dan tantas ganas de llorar... un árbol talado, en un montículo de arena rodeado por un muro de piedras... y yo con eso quiero llorar.

Es como que le talaran a uno un momento de la vida en el que la fantasía era todo lo que uno tenía. Ni responsabilidades, ni obligaciones, ni muy conscientes derechos, solo la evasión de una realidad bonita, a un mundo incluso mejor, donde un árbol era suficiente para cubrirlo a uno y darle techo y abrigo y, alimentar sus fantasías... uno era un gnomo. Le talan a uno las fantasías... hay que crecer y ser adulto y no llorar por niñerías...

Siquiera no está... debía ser también diminuto, como el montículo de tierra y como el muro de piedras que recuerdo gigantes y son diminutos... el árbol en mi mente es gigante... gigante el recuerdo, diminuta la realidad... siquiera no está... puede todo seguir siendo gigante en mi cabeza... yo no vuelvo por allá...

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