martes, 30 de junio de 2015

Burlas, autoestima y lobas

Siendo Colombia un país burletero es difícil entender que nos duela tanto que se rían de nosotros. La coyuntura particular en la que nace esta entrada de hoy es irrelevante porque cada tanto un extranjero hace un chiste sobre cocaína que termina con repercusiones en la Cancillería.

Ya mucho se ha dicho sobre el derecho a burlarse libremente que tienen todos los ciudadanos y el derecho a ofenderse a raíz de las burlas que tienen también todos los ciudadanos. Ambos derechos existen. Y ya es difícil saber cuál de los dos se merece más ser reivindicado. En todo caso ninguno de los dos derechos puede ejercerse con violencia. Pero alguien se puede reír de mi trabajo y yo le puedo contestar que es un pobre pendejo, ambos dentro de la legalidad del derecho.

Lo que últimamente me causa más gracia es las defensas que nos hacemos, el ánimo que nos damos para intentar ser mejores.

—"Los que nos encargamos de que en el exterior tengan una mala imagen de nosotros somos nosotros mismos".
—"Deberíamos dar más motivos para que hablen bien de nosotros".
—"Para qué se visten como putas".
—"Para qué exportan cocaína".
—"Para qué somos narcotraficantes".
—"Para qué somos tan corruptos".

El síndrome del mapa con Colombia coloreada de rojo donde creemos que todo lo malo solamente pasa aquí.

Hay corrupción, hay narcotráfico, hay prostitución, hay muchas cosas malas de las cuales se puede burlar cualquiera, de las cuales nos burlamos nosotros mismos. Y también hay muchas cosas bacanas para resaltar y es puro complejo no verlas. "No tenemos nada bueno y por eso nadie nos quiere", también es mierda.

¿Nadie nos dijo que no hay que pararle tantas bolas a las burlas de los demás porque siempre existirán independientemente de lo que hagamos?

Tenemos la autoestima del niño aprendiendo a montar en bicicleta que solo siente que triunfa cuando la mamá lo mira. Necesitamos la aceptación de todo el orbe para sentirnos queridos. Pues nos informo que con esa susceptibilidad nos estamos volviendo muy antipáticos.

Y también hay cosas de las que se van burlar en el extranjero y que yo no quisiera que cambiaran. Somos montañeros, folclóricos, tropicales, ruidosos. Nos vestimos apretadito, rico, a nuestras mujeres les gustan los escotes y a nuestros caballeros esas mujeres. Es parte de nuestra identidad. Negarla, quererla cambiar, indicarle a la gente cómo debe vestirse o hablar es un atropello. Es un irrespeto y es violento.

De libro de autoayuda: parte fundamental del amor propio pasa por el principio de aceptación de la realidad: esto es lo que somos.

Querámonos así, lobeznos.

lunes, 15 de junio de 2015

Mi papá está de cumpleaños

Todavía me acuerdo cuando tiraba piedra, cuando andaba descalzo, cuando tenía pantalones corticos, cuando tenía las medias a media pierna, cuando me estiraron los pantalones, cuando me salió barba y cuando me salieron muchas cosas.

¿78 no más?

Me parece que fue ayer que yo nací.

jueves, 11 de junio de 2015

Requiescat in pace

Estaba esperando mi turno para que me atendiera el administrador del Cementerio San Esteban mientras revisaba una conversación en Whatsapp y evitaba hablar con dos policías que me acababa de encontrar en ese lugar cuando una persona nos interrumpió para preguntar por la ubicación del Crematorio Juana de Arco.

Le habló al policía, pero como me pareció que él no sabía le contesté yo y en ese momento la vi: maquillaje pesado, los ojos azules, la boca roja, las mejillas rosadas, uñas largas y postizas que no paró de masticar mientras hablamos, un diente delantero perdido, el pelo largo, mal tinturado y sucio recogido en una cola de caballo. Fue hasta la entrada y la vi larga: una camiseta de franela de rayas azules horizontales, poco busto, un collar y una pulsera de fantasía, el culo bien parado y apretado metido entre un jean y tenis blancos. Después de un rato noté que tenía barba. No me sentí mal por mirarla, hablamos con cordialidad y me di cuenta de que ella también me estaba analizando como para salir de dudas conmigo y ser amigas rápido.

Le tomó un tiempo entender mis indicaciones. "En la Panamericana, al lado de Cementos Argos. ¿Por Lusitania? Sí, por ahí, junto a la carretera. Más adelante de Lusitania... Ahí va a ver un espacio vacío, sin árboles ni matas ni puerta de entrada, la construcción del crematorio y la estatua de Juana de Arco, no se va a perder. Yo voy todas las semanas a Jardines de la Esperanza. Eso, por la misma parte, pero Jardines queda arriba de Lusitania, en cambio el Crematorio queda sobre la avenida, en la parte de abajo. Si se pierde pregunte por ahí que cualquiera le dice".

Me contó que quiere llevarse para allá a una amiga que se murió hace seis años. Que ella se hizo cargo de su entierro y de llevarle flores todos los domingos porque "era sola en este mundo" sin padres, ni hijos, ni hermanos. Que le da pesar dejarla tanto tiempo "botadita en una esquina" del Cementerio San Esteban. Me pareció que se le encharcaron los ojos mientras hablaba.

La atendieron. La escuché contando la misma historia, preguntando otra vez que dónde queda el crematorio, que para allá quiere llevarse a una muerta, que necesita saber qué tiene que hacer en ese caso. Sí, claro, ¿cuál es el nombre? No la oímos, habló muy bajito. El funcionario pregunta nuevamente y para anotar repite en voz alta "Arturo Aroca".

"¡Arturo Aroca! Arturo la loca, así le decían. Arturo la loca", dice duro, ya entregada. Voltea y me mira riéndose, creo que avergonzada. Le sonrío de vuelta con mi mejor cara de somos amigas, yo no voy a juzgarla.

lunes, 8 de junio de 2015

Pobres siervos de los prejuicios

La cita que más me gusta de El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez:

Los hombres somos unos pobres siervos de los prejuicios -le habría dicho él alguna vez-. En cambio cuando una mujer decide acostarse con un hombre, no hay talenquera que no salte, ni fortaleza que no derribe, ni consideración moral alguna que no esté dispuesta a pasarse por el fundamento: No hay Dios que valga.

#PuraSabiduría

jueves, 4 de junio de 2015

No traguen entero

Esta semana recordé a un conocido con el que perdí el contacto que me insistía mucho para que yo me confesara y volviera a creer en Dios. Con la excusa de almorzar teníamos unas discusiones larguísimas sobre la humanidad y sobre la fe. En muchas cosas estábamos de acuerdo. A los dos nos parecía que el mundo es una mierda y que el ser humano es espantoso, pero mientras que yo le echaba la culpa de todo a la naturaleza, él le atribuía la responsabilidad a la distancia con Dios.

No viene al caso, pero él me contó una de las historias más fascinantes que he oído sobre la religión católica. De pronto me falte rigor contando esto, pero nolice: él creía que, debido a que el Concilio Vaticano II había sido ecuménico y muchos judíos y personas de otras religiones —malvadísimas, por supuesto— habían sido invitadas a participar, los cambios en el rito de la eucaristía, sobre todo el de eliminar el latín y pasarlo todo a lengua vernácula, habían tenido el efecto de que con esas palabras no se lograba la magia de la transubstanciación, que es el milagro por medio del cual el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Y que el rito del sacramento de la eucaristía tenía básicamente eso por fin: recrear la muerte de Jesús para que su sangre continuara limpiando los pecados de los hombres. Pero lo más grave y serio es que ese es el primero de tres requisitos para la venida del anticristo. Creo que otro requisito es que la gente no rece el rosario. El último no lo recuerdo. Gravísimo.

En fin...

De lo que quería hablar era de uno de los argumentos que este conocido utilizaba para decirme que él tenía razón y que yo estaba equivocada: no estás leyendo los libros que son.

En principio yo me sentía toda intimidada, hasta que un día le dije que él cómo estaba tan seguro de que esos libros que él leía eran los que eran, los que sí eran. Por supuesto ya sabemos qué fue lo que me contestó: el libro que él citaba había sido escrito por Dios.

Pero dije que esta semana me volví a acordar de eso porque oí a alguien que usó el argumento otra vez: a usted le falta lectura. Fue enunciado implicando que lo que falta es la lectura de lo que él lee, porque su interlocutor, evidentemente, lo hace.

Y entonces me volví a acordar de lo que yo exponía en contra de Dios.

No importa qué libros lea uno, para cada exponente bien acreditado de una idea puede presentarse un antagonista reputado. El caso es que todos los libros son escritos por seres humanos. Falibles, influenciables, corrompibles, impresionables, limitados, supersticiosos, maleables, idiotas útiles. Y que lo único que uno tiene es su propio criterio y su inteligencia —falible, influenciable, corrompible, impresionable, limitada, supersticiosa, maleable, idiota útil— para tratar de filtrar de esa lectura lo que considera útil o cierto.

Así que ante cualquier Platón uno planta un Aristóteles y listo, pero mejor si discutimos yo contigo y tratamos de no tragar entero.