jueves, 11 de junio de 2015

Requiescat in pace

Estaba esperando mi turno para que me atendiera el administrador del Cementerio San Esteban mientras revisaba una conversación en Whatsapp y evitaba hablar con dos policías que me acababa de encontrar en ese lugar cuando una persona nos interrumpió para preguntar por la ubicación del Crematorio Juana de Arco.

Le habló al policía, pero como me pareció que él no sabía le contesté yo y en ese momento la vi: maquillaje pesado, los ojos azules, la boca roja, las mejillas rosadas, uñas largas y postizas que no paró de masticar mientras hablamos, un diente delantero perdido, el pelo largo, mal tinturado y sucio recogido en una cola de caballo. Fue hasta la entrada y la vi larga: una camiseta de franela de rayas azules horizontales, poco busto, un collar y una pulsera de fantasía, el culo bien parado y apretado metido entre un jean y tenis blancos. Después de un rato noté que tenía barba. No me sentí mal por mirarla, hablamos con cordialidad y me di cuenta de que ella también me estaba analizando como para salir de dudas conmigo y ser amigas rápido.

Le tomó un tiempo entender mis indicaciones. "En la Panamericana, al lado de Cementos Argos. ¿Por Lusitania? Sí, por ahí, junto a la carretera. Más adelante de Lusitania... Ahí va a ver un espacio vacío, sin árboles ni matas ni puerta de entrada, la construcción del crematorio y la estatua de Juana de Arco, no se va a perder. Yo voy todas las semanas a Jardines de la Esperanza. Eso, por la misma parte, pero Jardines queda arriba de Lusitania, en cambio el Crematorio queda sobre la avenida, en la parte de abajo. Si se pierde pregunte por ahí que cualquiera le dice".

Me contó que quiere llevarse para allá a una amiga que se murió hace seis años. Que ella se hizo cargo de su entierro y de llevarle flores todos los domingos porque "era sola en este mundo" sin padres, ni hijos, ni hermanos. Que le da pesar dejarla tanto tiempo "botadita en una esquina" del Cementerio San Esteban. Me pareció que se le encharcaron los ojos mientras hablaba.

La atendieron. La escuché contando la misma historia, preguntando otra vez que dónde queda el crematorio, que para allá quiere llevarse a una muerta, que necesita saber qué tiene que hacer en ese caso. Sí, claro, ¿cuál es el nombre? No la oímos, habló muy bajito. El funcionario pregunta nuevamente y para anotar repite en voz alta "Arturo Aroca".

"¡Arturo Aroca! Arturo la loca, así le decían. Arturo la loca", dice duro, ya entregada. Voltea y me mira riéndose, creo que avergonzada. Le sonrío de vuelta con mi mejor cara de somos amigas, yo no voy a juzgarla.

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