Siendo Colombia un país burletero es difícil entender que nos duela tanto que se rían de nosotros. La coyuntura particular en la que nace esta entrada de hoy es irrelevante porque cada tanto un extranjero hace un chiste sobre cocaína que termina con repercusiones en la Cancillería.
Ya mucho se ha dicho sobre el derecho a burlarse libremente que tienen todos los ciudadanos y el derecho a ofenderse a raíz de las burlas que tienen también todos los ciudadanos. Ambos derechos existen. Y ya es difícil saber cuál de los dos se merece más ser reivindicado. En todo caso ninguno de los dos derechos puede ejercerse con violencia. Pero alguien se puede reír de mi trabajo y yo le puedo contestar que es un pobre pendejo, ambos dentro de la legalidad del derecho.
Lo que últimamente me causa más gracia es las defensas que nos hacemos, el ánimo que nos damos para intentar ser mejores.
—"Los que nos encargamos de que en el exterior tengan una mala imagen de nosotros somos nosotros mismos".
—"Deberíamos dar más motivos para que hablen bien de nosotros".
—"Para qué se visten como putas".
—"Para qué exportan cocaína".
—"Para qué somos narcotraficantes".
—"Para qué somos tan corruptos".
El síndrome del mapa con Colombia coloreada de rojo donde creemos que todo lo malo solamente pasa aquí.
Hay corrupción, hay narcotráfico, hay prostitución, hay muchas cosas malas de las cuales se puede burlar cualquiera, de las cuales nos burlamos nosotros mismos. Y también hay muchas cosas bacanas para resaltar y es puro complejo no verlas. "No tenemos nada bueno y por eso nadie nos quiere", también es mierda.
¿Nadie nos dijo que no hay que pararle tantas bolas a las burlas de los demás porque siempre existirán independientemente de lo que hagamos?
Tenemos la autoestima del niño aprendiendo a montar en bicicleta que solo siente que triunfa cuando la mamá lo mira. Necesitamos la aceptación de todo el orbe para sentirnos queridos. Pues nos informo que con esa susceptibilidad nos estamos volviendo muy antipáticos.
Y también hay cosas de las que se van burlar en el extranjero y que yo no quisiera que cambiaran. Somos montañeros, folclóricos, tropicales, ruidosos. Nos vestimos apretadito, rico, a nuestras mujeres les gustan los escotes y a nuestros caballeros esas mujeres. Es parte de nuestra identidad. Negarla, quererla cambiar, indicarle a la gente cómo debe vestirse o hablar es un atropello. Es un irrespeto y es violento.
De libro de autoayuda: parte fundamental del amor propio pasa por el principio de aceptación de la realidad: esto es lo que somos.
Querámonos así, lobeznos.
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