jueves, 4 de junio de 2015

No traguen entero

Esta semana recordé a un conocido con el que perdí el contacto que me insistía mucho para que yo me confesara y volviera a creer en Dios. Con la excusa de almorzar teníamos unas discusiones larguísimas sobre la humanidad y sobre la fe. En muchas cosas estábamos de acuerdo. A los dos nos parecía que el mundo es una mierda y que el ser humano es espantoso, pero mientras que yo le echaba la culpa de todo a la naturaleza, él le atribuía la responsabilidad a la distancia con Dios.

No viene al caso, pero él me contó una de las historias más fascinantes que he oído sobre la religión católica. De pronto me falte rigor contando esto, pero nolice: él creía que, debido a que el Concilio Vaticano II había sido ecuménico y muchos judíos y personas de otras religiones —malvadísimas, por supuesto— habían sido invitadas a participar, los cambios en el rito de la eucaristía, sobre todo el de eliminar el latín y pasarlo todo a lengua vernácula, habían tenido el efecto de que con esas palabras no se lograba la magia de la transubstanciación, que es el milagro por medio del cual el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Y que el rito del sacramento de la eucaristía tenía básicamente eso por fin: recrear la muerte de Jesús para que su sangre continuara limpiando los pecados de los hombres. Pero lo más grave y serio es que ese es el primero de tres requisitos para la venida del anticristo. Creo que otro requisito es que la gente no rece el rosario. El último no lo recuerdo. Gravísimo.

En fin...

De lo que quería hablar era de uno de los argumentos que este conocido utilizaba para decirme que él tenía razón y que yo estaba equivocada: no estás leyendo los libros que son.

En principio yo me sentía toda intimidada, hasta que un día le dije que él cómo estaba tan seguro de que esos libros que él leía eran los que eran, los que sí eran. Por supuesto ya sabemos qué fue lo que me contestó: el libro que él citaba había sido escrito por Dios.

Pero dije que esta semana me volví a acordar de eso porque oí a alguien que usó el argumento otra vez: a usted le falta lectura. Fue enunciado implicando que lo que falta es la lectura de lo que él lee, porque su interlocutor, evidentemente, lo hace.

Y entonces me volví a acordar de lo que yo exponía en contra de Dios.

No importa qué libros lea uno, para cada exponente bien acreditado de una idea puede presentarse un antagonista reputado. El caso es que todos los libros son escritos por seres humanos. Falibles, influenciables, corrompibles, impresionables, limitados, supersticiosos, maleables, idiotas útiles. Y que lo único que uno tiene es su propio criterio y su inteligencia —falible, influenciable, corrompible, impresionable, limitada, supersticiosa, maleable, idiota útil— para tratar de filtrar de esa lectura lo que considera útil o cierto.

Así que ante cualquier Platón uno planta un Aristóteles y listo, pero mejor si discutimos yo contigo y tratamos de no tragar entero.

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